Un correo a París. I

¡¡Menuda suerte que he tenido!! 

Hay que ir a París, de correo, para estar presente en el desmontaje de unas obras que fueron prestadas al Petit Palais para una exposición sobre el pintor Josep Maria Sert y me ha tocado a mí. ¡¡No puedo estar más contenta!! Y con el billete en la mano, me voy camino del aeropuerto bien tempranito, quiero aprovechar al máximo mi estancia.

Hala, a volar!!


Aterrizo en el aeropuerto de Orly que, por cierto, se ve un poquito anticuado y le digo al chauffeur que ponga rumbo a la Rue Tronchet 16, lugar en el que se encuentra el hotel en el que voy a pasar mis dos noches, el Massena.

La verdad es que no puede estar mejor situado, al ladito de la Madeleine y muy cerca del Petit Palais, con lo cual, no tendré que levantarme al alba, ni atravesarme París para estar a mi hora en la cita.

Pero como ésta no es hasta mañana, ahora es el momento de tomar un café au lait y si puede ser acompañado de un croissant, mejor que mejor. ¡Clásica que es una!

Pues nada, satisfecha la necesidad, me pongo manos a la obra y pertrechada con el plano de la ciudad y la cámara comienzo mi recorrido. Subo por la calle donde se ubica mi hotel para salir al Boulevard Haussmann, lugar en el que se levantan las famosas galerías Printemps y Lafayette, una al lado de la otra sin solución de continuidad. 

Me cuesta avanzar. Como si se tratara de un hormiguero, la gente entra y sale de estos mega centros de consumo para aprovisionarse alocadamente. Un espanto.

Como mi fin no es ir de compras, trato de abrirme paso como puedo, dejando a mi derecha la trasera del Palais Garnier, vamos, el Palacio de la Ópera y sigo andando, ahora por la Rue La Fayette. Sobre el plano parece larga pero, ¡¡madre mía, es una calle sin fin y mi destino se encuentra al final de ella!!. No importa, me armo de valor y me la recorro enterita, pasando junto a las estaciones de ferrocarril de Gare du Nord a mi izquierda y Gare l´Est debajo de mí, y digo bien, pues va por encima de las vías de tren de esta enorme estación. 

Ya estoy cerca, lo huelo, solo tengo que seguir un poco más y aquí está, el Canal Saint-Martin.



Después de la caminata hasta aquí, la hora de comer se me ha echado encima y además, he de reponer fuerzas antes de recorrer los cuatro kilómetros y medio de lo que promete ser un precioso paseo. Paso delante de un localcito y sin buscar más, me siento en una de las características mesas exteriores de los bistros y cafés franceses, ya sabes, de esas colocadas juntas, una al ladito de otra, en espacios minúsculos.



Tranquilidad absoluta en este pequeño bistro de nombre Le Chaland que, haciendo esquinazo, mira de frente al agua del canal. 

Bueno pues ahora sí, es el momento de recorrer este afluente del Sena.




Como ves, los edificios se alejan bastante de la magnificencia de otras zonas de París, pero tienen el encanto de la reminiscencia de lo que fue, hace años, esta zona donde se asentaban talleres e industrias. Ahora, ha pasado a ser un lugar de moda, donde proliferan restaurantes, tiendas "con encanto" y donde los denominados "bobo" (burgués bohemio) se van estableciendo. 



Durante todo el camino voy flanqueada por castaños enormes, muy de agradecer en este día caluroso. Al igual que esos viandantes, yo también voy a subir a uno de los puentes azules para tener mejor perspectiva.



Y además, voy a pasar al otro lado para ver de cerca el famoso Hotel du Nord, cuyo nombre sirvió a Marcel Carné para dar título a su película.

Si te fijas bien, la fachada sigue igual, aunque el entorno ha cambiado. El espacio que ocupaban los vecinos alrededor de unas mesas, ahora lo ocupan las bicicletas de alquiler que se ven por toda la ciudad. Emblemático lugar, del que se evitó que fuera demolido.



Junto con los puentes, en determinados puntos del recorrido me encuentro con esclusas, algunas de las cuales y con un toque retro, pueden hacer que creas vivir en el París de los años 30. Solamente hay que echarle un poco de imaginación.



Sigo paseando dirigiéndome ya hacia la zona donde el canal desaparece bajo tierra y en mi camino me encuentro con jugadores de petanca, niños en bicicleta y algunos clochards que han hecho su refugio y casa sobre él.

He llegado a la Place de la Bastille, lugar donde Madame Guillotine estuvo haciendo de las suyas durante unos cuantos días un mes de junio de 1794 (aunque ya sabemos que, donde más trabajó, fue en la Place de la Concorde) y sigo de frente, por el Boulevard Bourdon, reencontrándome de nuevo con las aguas del canal, ahora más ancho, en cuyas márgenes se alinean barcos de pequeño calado, comprobando, que muchos de ellos han sido habilitados como casas flotantes. Dos pasos más y Saint-Martín se disuelve, engullido por la masa del Sena.

Estoy en la Rive droite y siguiendo el curso del río voy acercándome a la Île Saint-Louis para desde ella atravesar, por el puente de igual nombre, a otra isla, la de la Citè, donde se alza el refugio del jorobado más famoso de todos los tiempos, Quasimodo. Pero antes de  acercarme a su casa, voy a tomarme un descanso. Necesito, urgentemente, ingerir algo refrescante y decido hacerlo sentándome en la terraza de un pequeño salón de té de nombre Le Petít Plateau, en el Quai aux Fleurs. No es un local especialmente interesante, pero tiene de bueno que la calle es tranquila, habida cuenta que estoy pegada a uno de los lugares más concurridos por los turistas y, además, tengo un bonito telón de fondo.



Voy a continuar, aunque aquí se está divinamente y para ir acercándome al hotel, pienso que nada mejor que hacerlo pegada a esta enorme lengua de agua. Al fondo ya veo el Pont des Arts.



Aquí también ha llegado, como no podía ser de otra manera, la "moda de los candados" que recorre los puentes como una plaga, Roma, Venecia, Praga, Nueva York, Valladolid...¡¡ay Moccia, Moccia!!





Dejo a un lado este ritual de "enamorados" y pongo rumbo al Jardin des Tuileries, parada obligada para todo turista y parisino con ganas de pasear, relajarse o disfrutar de una perspectiva diferente de París, si se tienen ganas de subir a la gran noria, instalada en este gigantesco espacio público.




En mi caso, me contento con seguir a nivel de suelo donde descubro una cosa que me llama la atención. Por regla general, en los parques y jardines que he conocido, los asientos suelen ser bancos anclados al suelo, inamovibles, con lo cual, si el día es caluroso y lo que te apetece es estar a la sombra y éste está al sol, no te queda otra que achicharrarte o si no, quedarte con las ganas de sentarte en él. Pero aquí, el sistema para aposentarse es diferente. Múltiples sillas y sillas-tumbona de metal verde se encuentran desperdigadas por todo su perímetro, permitiéndote coger una libremente y ponerla en el lugar elegido por ti para disfrutar, por ejemplo, de un buen libro. ¿Qué te parece la idea?



No tengo tiempo para hacer como ella, aunque ganas no me faltan, y continuo hacia el hotel para darme un descanso y una ducha antes de volver a salir para cenar.

Arregladita y perfumadita salgo al encuentro de un restaurante que no esté demasiado lejos de mis aposentos ya que, me he puesto unos zapatitos de tacón y, después de esta jornada, mis pies no están para mucha fiesta. Voy bajando hacia la Madeleine y ya en la plaza, a mi izquierda, me encuentro con la enorme tienda de Fauchon dedicada a todo tipo de delicatessen para paladares exquisitos. Continúo ahora por la Rue Royal y de nuevo otro lugar delicioso, la famosa pastelería Ladurée buque insignia de los magníficos macarons, esas " joyitas" que, como algodón dulce, se deshacen en la boca.


Imagen tomada de commons.wikimedia.org
Desde aquí, no tengo más que bajar unos cuantos números en dirección a la Place de la Concorde para acercarme al emblemático restaurante Maxim´s, en cuyo interior se han rodado multitud de películas y donde se ha dado cita lo más granado de la alta sociedad. Hoy no voy a entrar, prefiero cenar al aire libre aprovechando esta noche estupenda. Decido  subir por la Rue du Chevalier de Saint-George y en el número 11 encuentro lo que busco, una terraza agradable, tranquila y con muy buena pinta, la del restaurante Royal Madeleine.

Una delicia de cena, un servicio atento y además ¡me entendían!. Una gozada, teniendo en cuenta que mi francés es nulo.

Empieza a entrarme sueño y además, mañana tengo una cita a la que no puedo llegar tarde. Seguro que también será un fantástico día.

Ya te contaré.


2 comentarios:

  1. Ayyy....es como si me acabara de dar un maravilloso paseo por las calles de París!...

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