Alentejo. Por la ruta de la tranquilidad.


¿Eres de los que les gusta disfrutar de los sitios de forma pausada, comer sin agobios y viajar en el tiempo? Si es así y quieres dar rienda suelta a estos placeres entonces, vente conmigo, nos vamos al Alentejo. Eso sí, fuera de temporada turística.

En esta ocasión, nuestro recorrido no nos llevará hasta las maravillosas playas de esta región portuguesa, nos quedamos en el interior pero ¡¡no te entristezcas!!, con lo que te voy a proponer estoy segura que, por ahora, no las echaras de menos. ¿Preparado? pues en marcha.

El primero de los pueblos es casi el vecino de enfrente de Valencia de Alcántara de ahí que, el paso de frontera, lo haga a través de la provincia de Cáceres. Y hablando de paso de frontera, he de reconocer que siempre que paso por alguna, de las ya desprovistas de función, recuerdo esa sensación extraña que siempre sentía cuando la policía del país a visitar te decía, con mucha seriedad: "documentación". Ahora, no son más que un recuerdo de otros tiempos.



Traspasada, sigo la carretera en dirección a Portagem desde donde se divisa, allá en lo alto, el lugar donde haré la primera parada: 


  • MARVAO. 
La entrada a la ciudad se hace a través de un estrecho arco y como no estoy muy segura de que los foráneos podamos acceder con el coche, nada mejor que preguntar en la oficina de turismo que está a dos pasos. Además, aprovecho para que me indiquen dónde se encuentra el hotel en el que voy a recalar.

Me dicen que puedo acceder y que para llegar hasta el lugar de alojamiento, he de recorrer todo el perímetro del municipio por una calle bastante estrecha y de doble dirección. Con cuidado y esperando no encontrarme con ningún coche de frente, llego hasta la puerta del Dom Dinis.

Es un lugar sin lujos pero, sinceramente ¿son necesarios con este emplazamiento y estas vistas? 



Aparcados los trastos, es el momento de recorrer la villa, aprovechando este magnifico día y la tranquilidad de este lugar suspendido en las alturas.
Como el castillo lo tengo a un paso, hacia él me dirijo. Cisterna, plaza de armas, torre del homenaje... y un paisaje infinito.



Calles empedradas, casas blancas blanquísimas, ventanas, puertas, rejas y el caminar pausado y despreocupado de quien no tiene prisa por nada.



Es el momento de relajarse todavía más y para ello, nada mejor que hacerlo tomando algo en un pequeño jardín-terrraza propiedad del hotel. Momento del paseo de lugareños y de búsqueda de sustento de golondrinas. Comienza a atardecer. 



Aunque estoy fuera de temporada y es día de diario, no tengo problema en encontrar un restaurante donde poder sentarme a cenar. El sitio elegido es Dom Manuel. Un comedor acogedor, pequeño y bien atendido donde me dispongo a degustar platos típicos como la açorda alentejana, la alhada de caçao y la sericaia com ameixas de Elvas. Como acompañante, un Marqués de Borba alentejano.


agoda.net

La hora del descanso se acerca, pero antes, nada mejor que disfrutar de un cielo estrellado que pocas veces puedo contemplar. 



  • CASTELO DE VIDE
Desayuno realizado y maletas en el coche. Es el momento de partir en dirección a mi segundo destino, a tan solo 10 km de aquí. Pueblo que no entraba en mis planes iniciales pero ¡¡que bien he hecho en acercarme hasta él!!

Casas blancas de tejados rojos se deslizan por la colina sin ortogonalidad. Una judería empinada y un castillo que, en su interior, aloja pequeños hogares donde sus habitantes parecen vivir ajenos al mundo que les rodea. Afortunadamente, ningún edificio fuera de lugar rompe la estructura de este precioso pueblo. En la parte baja, cerca de la Praça de D. Pedro V, disfruto de un rico café y un pastéi de nata en las mesas exteriores de la pastelería Sabores da Terra. Nada que envidiar a los de Belém.



De nuevo en ruta, hago una parada para comer en Portalegre. Capital de provincia con poco encanto, pero donde se encuentra un plátano de 175 años que, casi el solito, resguarda del sol a toda una plaza. 




  • MONSARAZ
Hacia él voy en busca de mi siguiente alojamiento, un hotel de nombre Horta da Moura
Ubicado en las faldas de este pueblo se encuentra este hotel en el que, sin dudarlo, pasaría largas temporadas disfrutando de su entorno fantástico. Una habitación gigante se abre a unos jardines cuidados al detalle. La piscina, flotando sobre los campos de labor, se enfrenta a las cuadras donde nueve caballos, como Activo y Atleta, esperan pacientes a un jinete que puedes ser tú. 



Ahora, es el momento de descubrir Monsaraz. 

En esta ocasión, el coche no entra, se queda fuera del perímetro marcado por la muralla que abraza a este pueblo de canto rodado y cal. Y de nuevo... un castillo, donde su torre del homenaje, cual faro de interior, sirve de guía a las tierras del Gran Lago de Alqueva.



Ha llegado la hora del relax absoluto en la vacía terraza de la Taverna Os Templarios. No se me ocurre nada mejor en este instante que ... no pensar en nada y disfrutar.



Para cenar, tengo una cita con Feitiço da Moura, restaurante del hotel. Platos sin minimalismos basados en la cocina tradicional pero con una visión renovada y buenos vinos, como el Defesa Heredade de Esporao, cerrando así un magnífico día. Fuera, sonido del viento, relinchar de caballos y el ulular de un búho sin sueño.


  • MOURAO, ESTRELA Y MOURA

Un día más de estupenda temperatura y sol radiante. Carreteras vacías que serpentean este grandioso lago de Alqueva en dirección a MOURAO.
Chimeneas inmensas, casi en rivalidad, se elevan sobre pequeñas casas de blanco y azul; blanco que llega a ser poesía en los muros.



En el jardín público, el quiosco de música se yergue feliz con su traje de flores ajeno a las miradas curiosas. Mientras, un sentimiento de vuelta al pasado se va instalando poco a poco.



En esta persecución de la tranquilidad me acerco hasta ESTRELA, pueblin ribereño dormido al mecer de las aguas. Busco un lugar, Sabores da Estrela (Rua Nova de Moura nº3)  donde hacer una parada para comer con vistas. Los cencerros de las vacas, pastando ajenas a todo, es el único sonido que se atreve a romper el silencio.



Parto hacia MOURA cuando empieza la tarde. Hora de compras y encuentros, de partida de cartas y juego de niños en el jardín público de las fuentes termales. Algún trasnochador, indiferente a todo, aprovecha el momento para echarse la siesta. Mouraria de cal con lunares de flores, por calles ensambladas en perfecta asimetría.




  • MÉRTOLA 
Los pies de Mértola siempre están mojados y el culpable: el Guadiana. Es aquí donde me dispongo a pasar la última noche por estas tierras de "más allá del Tejo". El hotel de nombre Museu se encargará de hospedarme.

Un yacimiento arqueológico sale a mi encuentro en la recepción, dándome paso a una habitación con vistas al río. Paseo en la noche para acercar a Tamuje, casa de comidas familiar con platos sencillos. De vuelta, ni un alma. 

A la luz del día, un nutrido grupo de chicas se dispone a hacer piragüismo mientras que yo, recorro el pueblo observando a sus moradores. Aquí, los graffiteros juegan con la cal a modo de pinturas paleolíticas, mientras que otros, manchan sus paredes del color de las buganvillas. En el mercado, todo listo para una nueva jornada.




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