A Villa d´Este y Villa Adriana

Un día más que decido hacer una escapada, pero en esta ocasión poniendo rumbo a Tívoli. Hoy, tanto el coche como la bici los dejo aparcados y me embarco en la aventura de utilizar el transporte público.


Le pregunto a uno de los camareros que me preparan los ricos desayunos de cada día y me dice que es muy sencillo, solo tengo que coger el metro, concretamente la línea B hasta Ponte Mammolo y allí, en el intercambiador exterior, subirme al autobús Roma - Tívoli Vía Tiburtina

Pues nada, dicho y hecho, me voy andando hasta la parada de Circo Massimo y me meto en el metro. A lo mejor tuve mala suerte, pero el vagón en el que me subí carecía de aire acondicionado y ...¡¡¡puedes imaginártelo!!! el calor era de sauna finlandesa y mis fosas nasales se quedaron colapsadas ante la marabunta de olores de lo más variopintos. Pero bueno, lo único que podía hacer era tratar de evadirme pensando que, en breve, saldría al aire libre, si bien no sabía lo que me esperaba.



Una vez fuera, pregunto desde dónde salen los autobuses a Tívoli y dónde puedo adquirir el billete. Con él en la mano, me pongo a la cola y a los pocos minutos hace su aparición. Subo después de ciento y la madre y me doy cuenta de que me he quedado sin asiento, teniendo que hacer todo el trayecto de pie, agarrada con uñas y dientes a la barra pues, el conductor, parece más un barman en pleno frenesí coctelero que l´autista de un transporte público. Aquí tampoco parecía funcionar el aire acondicionado, pero al menos me quedaba el recurso de abrir una ventanilla e intentar que me llegara un soplo de aire.

¡¡¡Tan mona que había salido de casa!!!, recién duchadita y con mi ropa limpita, y he llegado  aquí hecha unos zorros, con la camiseta pegada al cuerpo y los pelos de la nuca rizados cual caracolillos. Pero bueno, ya estoy aquí y me propongo disfrutar a lo grande.

Lo primero que hago nada más pisar tierra firme es comprarme una botella de agua de litro y lo segundo, encaminarme hacia la entrada de Villa d´Este.

Lo más maravilloso de este lugar son sus espectaculares jardines, plagados de fuentes, grutas, naturales y juegos de agua que realizan ¡¡música hidráulica!! sí, tal y como te lo cuento. No hay dedos humanos que toque las teclas, sino chorros de agua instruidos en el arte de la melodía y el contrapunto. Y todo ello ideado por el mismo arquitecto que realizó Bomarzo, Pirro Ligorio.



Grandes obras de ingeniería hidráulica y enormes modificaciones, en lo que a mediados del XVI fuera un convento franciscano, hicieron de este lugar una de las villas manieristas más bellas que haya visto, al menos desde "mi mirada".

Lo que más me llamó la atención fue saber que este artista, aprovechando el enorme desnivel donde se ubicaría el jardín y por medio de múltiples cálculos matemáticos, se las ingenió para saber la cantidad de agua que sería precisa para llevar a término los múltiples juegos que había pensado realizar con este elemento, valiéndose ¡¡solo!!, del principio de los vasos comunicantes. 


Y aquí estoy, inmersa en esta preciosidad, acompañada por una vegetación desbordante, agua a raudales, por Ártemis de Efeso...



...e incluso por animales fantásticos que, para mi fortuna, han tenido a bien no expulsar fuego por su boca. Todo un detalle por su parte.



Después de lo que estoy viendo, no me extraña que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Salgo de Villa d´Este mucho más fresquita, con el murmullo del agua todavía en mis oídos y pensando dónde puedo ir a comer. En mi guía viene unos cuantos sitios, pero el que me había llamado la atención por los comentarios que hacían de él no está abierto, con lo cual doy una vuelta y decido entrar en Sibilla.

Tomo asiento y me decanto por una insalata di spinaci con arance e noci, unos paccheri con cozze e bottarga y de postre una insalata di frutta di staggione sobre coulis di fragole. La comida te aseguro que ha estado genial, pero ¿qué me dices de las vistas?


Renovada, por dentro y por fuera, me levanto y pongo rumbo hacia la segunda de las villas.

En el centro de Tivoli compro mi billete y cojo el mismo autobus en el que he venido. Le pregunto al conductor la parada en la que debo bajarme y desde ahí comienzo a andar por espacio de unos 20 minutos hasta llegar a Villa Adriana, también Patrimonio de la Humanidad.



En esta grandiosa residencia alejada de Roma, Adriano quiso reproducir los estilos y los edificios que había visto durante sus viajes por las provincias orientales del imperio, tratando con ello de sentirse cobijado por la magia que descubrió en ellas. 

Mucho tiempo después, una joven Marguerite Yourcenar visitó su villa y sintió que éste sería el lugar donde ambientaría la que, con los años, se convertiría en una de sus obras más reconocidas, Memorias de Adriano.


También aquí me encuentro muy bien acompañada. Dioses, silenos y cariátides se entretienen admirando su belleza en el espejo de agua que flanquean y ¡¡tan absortos están!! que, ni tan siquiera, son conscientes de mi presencia. 



Me voy despacio y en silencio. No quiero molestarles y que puedan perder su concentración.



6 comentarios:

  1. Desde luego parece un lugar totalmente mágico.... ¡lo que daría ahora mismo por disfrutar de esas vistas en "Sibilla"! :)

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  2. ¡Qué bonitooo!! Muchas gracias por descubrirnos sitios así...¡MARAVILLOSO!

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    1. Apúntalo para ese viaje que tienes pensado...pero mejor en coche, eh?

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