Los Barruecos, Vostell y las cigüeñas

Malpartida de Cáceres encierra un secreto. Un paisaje de granito y agua que se extiende bajo un cielo limpio e inmenso. Estamos en Los Barruecos, monumento natural cuyas características enamoraron a nuestros antepasados postpaleolíticos, a las cigüeñas y a un alemán de nombre Wolf.


No ha de extrañarnos que fuera así. El lugar atrapa e hipnotiza y te hace hablar quedo, evitando molestar a quienes habitan en este paraje casi irreal. Formas caprichosas en continuo cambio se elevan sobre retamas, pamplinas, juncos, torviscos…



mientras que ajenos a su mutación, águilas, milanos, gallipatos, garzas, fochas y demás moradores transitan su particular paraíso terrenal, el mismo en el que se han detenido El muerto que tiene sed y un coche que, desfallecido, ha puesto punto y final a su peculiar Viaje de hormigón por la Alta Extremadura.



A pocos pasos, el agua caprichosa y cambiante juega con nosotros, mostrándonos el reflejo de una realidad que modifica a su antojo. 



Pero dichas aguas ya no lavan lana y en El Lavadero, las ovejas han cedido el paso a la Fiebre del automóvil, Toros de hormigón, un Pianoforte luminoso…en definitiva, a la obra de Vostell y del movimiento Fluxus que, aun invadiendo su espacio, lo han sabido hacer dócilmente, sin alterar su estructura primigenia. 



Ellas no están, pero sí sus grandes mansiones que, anhelando su regreso, esperan pacientes en funambulesco equilibrio.





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