Cannaregio. Venezia


El avión que le transporta ha llegado a su destino. Recoge su equipaje y, sin prisa, sale del aeropuerto. El día aparece nublado y un viento fresco le recuerda que el verano quedó atrás.

Acomodado en el autobús, saca sus gafas del estuche y comienza a pelearse con su teléfono móvil buscando la nueva red disponible. No se lleva bien con estos aparatos, pero dispone de tiempo para aclararse antes de que su transporte lo deposite en el Piazzale Roma. Al llegar, un pensamiento muchas veces repetido, se materializa de nuevo 

— Esta plaza no hace honor a su nombre

Cierto, no es la mejor carta de presentación para una ciudad como Venezia.

Tirando de su maleta, sube el mastodóntico e incómodo Ponte della Costituzione, diseño de un arquitecto español poco recomendable. Un ir y venir de personas se cruzan en su camino. Algunas de ellas, mostrando preocupación en su rostro, apresuran el paso y remolcando como él sus pequeñas posesiones, se adentran en la Stazione di Santa Lucia. Mientras, sobre el Gran Canal, los autobuses flotantes se deslizan incansables meciendo sueños y sueño.

Camina por Lista di Spagna donde tiendas y puestos de souvenirs se suceden sin solución de continuidad, mostrando un género de dudoso gusto. 

Enclave perfecto para hacerlo, piensa. 

Y tiene razón. Por aquí, diariamente, transitan riadas de turistas que, temerosos de perderse, siguen obedientes la ruta marcada para alcanzar San Marco

Atraviesa Campo San Geremia, dejando atrás la Iglesia donde reposan los restos de Santa Lucia y una sonrisa, no exenta de nostalgia, se dibuja en su rostro.


wikimedia.org

No es creyente, pero como lector ecléctico y curioso se sintió fascinado, allá en su juventud, por un texto que pretendiendo ser una guía espiritual para los hombres del s.XIII se convertiría, con el paso de los siglos, en un simpático relato plagado de fantasía y humor. Se trataba de La Leyenda Dorada, obra de Jacopo della Voragine y fue ahí donde descubrió los avatares y sinsabores por los que pasaron cientos de santos, incluida ella.

Sigue adelante, absorto en sus pensamientos y sin percatarse alcanza el Ponte delle Guglie. Al atravesarlo, comprueba que el puesto de fruta permanece inmutable, exponiendo sus mercancías junto a las aguas del Canal de Cannaregio

Giada está ahí, sujetando con indolencia una bolsa vacía y en su rostro sin maquillar, retazos de noche siguen presentes. El pelo, recogido con descuido, descubre un cuello largo y blanco donde, solo un lunar, marca un punto de inflexión. Lleva tu chaqueta de punto, esa que tanto le gusta ponerse. Le queda grande y destartalada pero, sobre su cuerpo, adquiere gracia y desenfado. Saluda con una sonrisa a Giulia, aguardando el momento en que llegue su turno.

Aquella chaqueta... cuánto hace que abandonó mi armario? 

Ya ni lo recuerda. 

Su paso se acelera, tiene ganas de desprenderse de esa maleta ruidosa que delata su andar. Sabe que no está lejos, solo tiene que dejar atrás el Ponte Tre Archi y su nuevo hogar saldrá a su encuentro.



Al llegar, el recepcionista le recibe con amabilidad, sabe que es un huésped de larga estancia y la primera impresión cuenta. Lejos han quedado las pensiones con baño compartido y mobiliario ruinoso, donde pagaba por adelantado ante la mirada desconfiada del patrón. No es rico, pero su economía desahogada le permite instalarse en este hotel cuyo nombre de connotaciones festivas, Carnival Palace, poco tiene que ver con la tranquilidad que se respira.


carnivalpalace.com

Acomoda sus enseres, dotando a la estancia de su presencia y libre de peso, regresa a las calles.



Decide que es un buen momento para tomar un café y sentado en una terraza, se deja envolver por la musicalidad de la conversación que dos mujeres mantienen en una mesa cercana. No presta atención a lo que dicen y, aunque lo hiciera, le daría igual, están hablando en dialecto y él nunca llegó a aprenderlo. Mira al otro lado del canal y repara en un grupo de jóvenes que provistos de mochilas apresuran el paso. 

— Llegan tarde a clase. 

Y así es. Se encaminan hacia las aulas de Cà Foscari donde, entre sus muros, transcurren las mañanas con aprovechamiento o sin él. Los observa, y un sentimiento de envidia y alivio atraviesa su mente. 

Con el sabor del café todavía en la boca, comienza su paseo. Camina hasta la Sacca di San Girolamo y, bajo uno de sus arcos, se detiene a observar el continente desdibujado y brumoso. Solo la isla de las acacias rompe la perspectiva y tirando de memoria surge su nombre, San Secondo.



Prosigue por la fondamenta con paso lento. Solo hay una persona, un anciano sentado en uno de los bancos rojos que miran hacia Murano. Sabe que no es él, pero su imagen le trae a la mente la de aquel pescador amigo de Giada en cuya vieja y pequeña barca de pintura desconchada recorrían la laguna.

Recuerda su mirada clara y serena y su facilidad para moverse por el intrincado camino acuático sobre el que leía, como solo la experiencia permite hacerlo, cada ruta marcada por le briccole, esos árboles sin ramas que, de tres en tres, emergen del agua fuertemente abrazados. De su mano, conocieron el ramillete de islas que rodean a Venezia, aquellas donde se levantaron fortalezas, monasterios, lazaretos, aldeas de pescadores, pabellones de caza, fábricas de conserva, de pólvora… Ruina, abandono y silencio reinaban en ellas, confiriéndoles una imagen fantasmagórica, encantada. 

Hoy, sabe que algunas volverán a la vida reconvertidas en reductos de lujo e, inconscientemente, cierto desasosiego recorre su cuerpo.

Dejándose llevar, sigue el curso del río San Girolamo y al pasar ante la ostaria Al Timon  cierra los ojos y se ve ahí sentado, esperándola sobre esa barca que sus dueños colocaron como aplicación de su pequeña terraza. La embarcación permanece en su sitio, pero ahora no acoge a nadie, es demasiado pronto.

Gira por Calle Larga Rosa, justo antes de llegar al que fuera uno de sus locales preferidos donde los lunes, aun a sabiendas que el despertar del día siguiente sería terrible, recalaban para escuchar música en directo acompañados de un reducido grupo de amigos que, al igual que ellos, desafiaban al reloj. Era y es el Paradiso Perduto. El nombre lo dice todo.

Cruza el río della Sensa por el Ponte dei Mori y los ve una vez más ahí, tan inmóviles como siempre e, inconscientemente, rescata del pasado la fábula que ella le contó la primera vez que pasearon por esta plaza. 



— Te presento al Signor Antonio Rioba y sus hermanos Sandi y Afani que vinieron desde el Peloponeso para montar un negocio de especias y tejidos no lejos de aquí, concretamente en el Palazzo Mastelli que luego iremos a ver.



     Según parece, Rioba, el mayor de los tres, era muy dado a contar historias por lo general bastante exageradas y siempre concluía diciendo que, si eso que decía no era verdad, que dios le convirtiera la mano en piedra. 

        Pues bien, un día una pobre mujer se acercó hasta su negocio. Acababa de enviudar y trataba de sacar adelante la sastrería que su marido le había dejado. Buscaba un rico tejido de Flandes y ellos, al darse cuenta de que la pobre no entendía de estas mercaderías le dieron, como suele decirse, gato por liebre, eso sí a precio de oro. Ante la insistencia de la mujer sobre si era de verdad el tejido que andaba buscando, Rioba volvió a pronunciar su famosa frase y mira por donde, en esta ocasión, dios le hizo caso. En el preciso momento en que su mano tocó el dinero comenzó a petrificarse al igual que sus dos hermanos. Como puedes observar, así siguen, convertidos en piedra. 

       Por cierto, mis abuelos me contaron que, en los fríos días de febrero, alguno le ha visto llorar y que, si una persona de alma pura le toca el pecho, sentirá como sigue latiendo su corazón. ¿Probamos?

La risa de ella lo envolvió todo y hoy, vuelve a oírla tan nítida como entonces.




Siente una punzada de curiosidad y sin dudarlo, se dirige hacia la casa de Tintoretto. Está aquí, a dos pasos, concretamente en el número 3399 sobre la Fondamenta dei Mori. Leyó, no hace mucho, que la familia que la habitaba desde los años 80, había decidido ponerla en venta ante la imposibilidad de hacer frente a los gastos de mantenimiento. 

No sabe si al final sus antiguos habitantes lograron venderla o si, por el contrario, siguen viviendo entre sus paredes pero, por fortuna, nada ha cambiado. Su fachada sigue estando igual que siempre y la figura del cuarto moro, ese que dicen sirviente de los anteriores, permanece como ellos, inmutable. 



Volviendo sobre sus pasos, sale al Campo dei Mori desde donde divisa, la bulbosa torre de la Madonna dell`Orto. Sobre el amplio campo de acceso, que curiosamente aun conservan el solado original de ladrillos en espina de pez, se da cuenta de que se haya frente a la última morada del antiguo inquilino del numero 3399. Tintoretto reposa aquí, rodeado de aquello que más quería, sus hijos mortales y los inmortales, sus obras. 



Unos pasos más y sobre las aguas el reflejo del Palazzo Mastelli al que rodea, como ocurría con sus dueños, una leyenda. La voz de Giada vuelve y, susurrándole al oído, le cuenta el misterio del palacio encantado. 



— Ya hemos llegado a la magnífica casa de los tres hermanos. Aquí, según cuenta Giuseppe Tassini en su libro Curiosidades venecianas, una noche allá por le siglo XVIII, sus inquilinos se quedaron helados cuando todas las campanillas de las diferentes estancias del palacio empezaron a sonar al mismo tiempo por espacio de unos minutos para, seguidamente, quedar en silencio. El hecho se fue repitiendo día tras día y a la misma hora durante dos largos meses, ante la incredulidad y el miedo de sus moradores que, perplejos, también contemplaban como las ventanas se abrían solas, los espejos reflejaban sombras y se escuchaban los pasos de alguien por la escalera principal. 

    Buscando una solución para librarse de esas presencias fantasmales, recurrieron al capellán de la Scuola di San Fantin que, experto en casos paranormales, se encargó de realizar el consiguiente exorcismo dejando el palacio libre de espíritus para siempre.

Recuerda que le pareció demasiado el tiempo que sus dueños aguantaron conviviendo con esos habitantes indeseados y que le preguntó por el significado del bajorrelieve y de la pequeña hornacina que, encastrada en el muro, se asoma al río. 

— Eso a lo que tu te refieres como hornacina sirvió, hasta no hace mucho, de fuente en la que los gondoleros y demás tripulantes de pequeñas embarcaciones saciaban su sed sin necesidad de bajar a tierra firme. En cuanto al bajorrelieve, podría entenderse como distintivo de la actividad a la que se dedicaron sus primitivos dueños pero, si lo que buscas es algo más novelesco, te diré que hay quienes sostienen que fue colocado hay por un comerciante que, dejando atrás a su país y a su novia, la cual no había aceptado su propuesta de matrimonio, antes de partir le dijo: parto con el corazón despedazado y trataré de olvidarte pero, si un día decides venir a buscarme a Venecia, me encontrarás con solo preguntar a cualquiera por la casa del camello.

Nunca se supo si vino a su encuentro pero, sin duda, se queda con la segunda versión.



Deja atrás a camello y camellero y prosigue su deambular por esta fondamenta de Gasparo Contarini. 



Se para frente al embarcadero y, sin poder evitarlo, sus ojos se dirigen hacia la isla de San Michele. No se acercará, en su recuerdo la quiere junto a él, caminando de su mano por esta ciudad que la vio crecer. 


Y aferrándose a esa idea, vuelve a escucharla, relatándole el macabro descubrimiento que a escasos metros de aquí, en el Casino degli Spiriti, tuvo lugar en 1947. 


— Ocurrió un día de mayo, a una hora temprana. 

    Las redes, del pescador Luigi Robelli, se enredan en en una bricola cercana al Casino. Uno de sus hijos, dispuesto a liberarlas, se zambulle en el agua encontrándose por sorpresa con un baúl que yacía en el fondo.

    Deciden sacarlo a la superficie y, al abrirlo, descubren horrorizados que lo que contenía en su interior era el cuerpo despedazado de una mujer, Linda Cimetta.

    Según se supo después, dicha mujer, tratando de aportar un dinero extra a su familia en aquellos tiempos de escasez, venía desde Belluno hasta aquí para adquirir tabaco de contrabando que, posteriormente, vendería en el mercado negro de su ciudad.

   Así, el 24 de abril, se acerca como otras veces y se cita con el traficante Bartolomeo Toma, quien aparece acompañado del gondolero Luigi Sardi. Al parecer, la intención de ambos no era la de venderle ninguna mercancía, sino hacerse con el dinero. Una vez conseguido, deciden asesinarla y hacer desaparecer su cuerpo sumergiéndolo en la laguna.  

   Una amiga, sabedora del viaje que Linda había realizado, comienza a impacientarse viendo que no regresa y sin esperar más, decide dar cuenta de su desaparición a la policía. 

    Los asesinos son detenidos, reconocen los hechos y son condenados. Años después, Toma se evadiría de prisión desapareciendo para siempre. En cuanto a su cómplice, Sardi, acabaría sus días en el manicomio donde fue recluido. 

Según dicen, nadie más volvió a pescar en aquel lugar.


Accede a Corte Vecchia pasando bajo su decadente y romántico arco de ladrillos para alcanzar uno de sus rincones preferidos donde, en íntima compañía, se levantan la desnuda Scuola Grande della Misericordia y su blanca iglesia. Ha llegado al Campo dell`Abazia.


Desde el puente, observa a los turistas que sobre las góndolas desfilan frente al Palazzo Pesaro Papafava, ignorantes de aquello que tras sus cristales vivió una noche de carnaval. Él cubierto por la bautta, ella por la moretta...


Cruza sobre el río de la Misericordia y llega hasta San Felice, saliéndole al paso el único superviviente de aquellos puentes sin balaustrada que antiguamente cabalgaban sobre las aguas de la ciudad, el Ponte Chiodo


De pronto, sobre la fondamenta, el amor se hace tangible. Una pareja se ha detenido y abrazándose, unen sus rostros ajenos a todo y a él. Único espectador celoso.


Tras ellos, la luz interior de Vini da Gigio le recuerda que la hora de comer ha llegado. Entra en el pequeño local y su agradable ambiente le acoge. Deposita el abrigo sobre el respaldo de la silla y una vez sentado, estudia la carta con detenimiento. Ya lo ha decidido, tomará una zuppa di pesce y un filetto di rombo con carciofi, platos que acompañará con un vino blanco de la tierra, un Le Bine de 2011.

Mientras espera, su mirada deambula por el comedor donde tres mesas más están ocupadas. En la más cercana a él, cuatro comensales conversan animadamente en tono comedido y su vista se detiene en uno de ellos. Es una mujer delgada, cuyo cabello cortado a media melena luce blanco. Tras sus gafas metálicas, unos ojos claros y despiertos miran con atención al hombre que, sentado frente a ella, ahora habla. 

Se sonríe, pues acaba de darse cuenta que esa mujer no es otra que Donna Leon.

Su comida ya está en la mesa y con sosiego, se dispone a saciar su apetito. Mientras, sus pensamientos escapan por la ventana.


Dispuesto a salir, sus oídos captan al vuelo dos palabra que le hacen tomar conciencia de que no dispone del calzado adecuado: acqua alta. Se acerca hasta los dueños, con el fin de confirmar si lo escuchado se refiere a que, para hoy, se espera una subida de las aguas. Y en efecto así es, pero no ocurrirá hasta bien entrada la noche.

Ya en la calle, mira hacia el río y comprueba que, por ahora, el nivel sigue bajo. Aun dispone de tiempo suficiente para hacerse con un par de imprescindibles botas.


Sin tiempo que perder, pone rumbo hacia Strada Nuova sabedor de que aquí encontrará lo que anda buscando. 


Y no se equivocaba. Nada más acceder, comprueba que las tiendas de calzado se han dado prisa en exponer, a pie de calle, el producto estrella para esos días en los que las aguas dejan de ser dóciles y saltan las barreras marcadas por los hombres. 

Con los pies a cubierto de futuras inclemencias y sus viejos zapatos descansando en la bolsa, decide asomarse al Gran Canal en compañía de los leones de la Cà d`Oro quienes, como él, no quitan ojo al líquido elemento. 


La noche avanza adueñándose de Venezia. Ha comenzado a sentir frío y esa sensación le despierta una necesidad irrefrenable de tomar algo caliente y dulce.  

— Decidido. Es el momento perfecto para darse un capricho.

En el embarcadero, se sienta sobre los bancos de la plataforma flotante esperando, con paciencia, la llegada del vaporetto que le llevará hasta San Marco

Desciende en San Zaccaria, justo delante del lujoso Hotel Danieli pero, por desgracia, la perspectiva del edificio no es buena. Las horribles casetas de souvenirs que invaden la Riva degli Schiavoni impiden su contemplación.

Sí, es consciente de que se ha pasado de parada, pero ha sido intencionado.

A esta hora y en un día como el de hoy, sabe que es el mejor momento para disfrutar de uno de los puentes más fotografiados del mundo.

      
Entra en la Piazza y, poniéndose a resguardo de la incipiente lluvia, camina bajo los soportales de la Marciana dejándose llevar por la música hasta el lugar donde, finalmente, verá satisfecho su antojo. Acaba de llegar al Florian

Un delicioso chocolate caliente, con nata a la menta. Perfecto para entrar en calor.




Mientras disfruta de su pequeño placer, una vibración en su bolsillo le avisa de que hay una llamada entrante. Es Carlo, el marido de Giada quien, tras los saludos, se disculpa por no haberse puesto en contacto antes. 

— De acuerdo. Entonces mañana a la una en Al Covo. Ciao Carlo!

Es momento de regresar. Las sirenas han hecho su aparición y sus cuatro tonos in crescendo le anuncian que las aguas puede llegar hasta el metro y cuarenta sobre el nivel del mar.

De camino al embarcadero, se cruza con los operarios que, con celeridad, se afanan en montar las pasarelas. Mientras, sobre el mar, las góndolas apuran sus últimos minutos antes de ser amarradas.



Está a dos pasos de su hotel pero, desde el Ponte delle Guglie, comprueba que las aceras ya han desaparecido. 

Ahora sí. Llegó el momento de estrenar su nuevo calzado.







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...