De ruta por Andalucía


Un nuevo viaje va a dar comienzo y tres fieles servidores se unen a ti para acompañarte por estas tierras del sur. Te vas a Andalucía.


Desvestido de monotonía, agobios y prisas, ruedas tranquilo comprobando como, a tu lado, poco a poco la tierra se transforma.

Un mar, verde y plata ortogonal y manso lo invade todo al tiempo que un olor, acre, untuoso, se adueña de ti. Ahí están y, al observarlos, la voz de Machado susurra en tu oído

"viejos olivos sedientos bajo el claro sol del día, olivares polvorientos del campo de Andalucía" 


Estás cerca. Un poco más y habrás llegado.

ÚBEDA
En una pequeña calle sin salida un edificio, en teja y albero, rompe con la blancura de su entorno aguardando tu llegada. Se trata de Las Casas del Cónsul, lugar elegido para tu primer reposo.



Traspasada su puerta, un atrio, sobre el que se vuelcan las habitaciones, te recibe en silencio dando paso a un patio abierto a la luz donde, el blanco de cal, deslumbra e ilumina las aguas de la alberca que inmóviles esperan tu inmersión.


Calor, mucho calor por las calles aun dormidas de siesta. Te internas en un alfar a resguardo de ese cielo sin nubes, moviéndote con lentitud y tiento entre el laberinto de alcuzas, aceiteras, orzas y alcollas. Es el de Tito

Él juega con el barro, pero no faltan aquí quienes también lo hacen con el hierro y el esparto. Materiales humildes, maleables, que entre manos expertas emprende una nueva vida de utilidad y ornato.

De nuevo en la calle, Murallas de San Millán, Oratorio de San Juan, Huerto del Carmen, Puerta de Granada, Palacio de Busianos, Capilla del Salvador...


En la mesa, el oro líquido es el rey. Novio fiel de unos platos bautizados con nombres singulares que sorprenden y despiertan tu curiosidad; andrajos de bacalao, alcauciles, pipirrana, ochíos, papajotes. 

Una noche más y de nuevo a rodar. Por la A-401 vas dejando atrás Sierra Mágina y ese pueblo que, en los recién estrenados años setenta, dio tanto que hablar. Hechos paranormales fueron la causa. Y sí, es ese que estás pensando, Bélmez.   

Cambias a la A-44 camino de Granada pero en esta ocasión no recalas en ella, ya lo hiciste no hace mucho, y sigues adelante hacia tu nuevo destino.

MONACHIL

La llegada hasta el hotel no ha estado exenta de cierta complicación, pero ahora te das cuenta de que lo intrincado del camino ha merecido la pena. 



Estás en La Almunia del Valle, a los pies de Sierra Nevada. Desde la habitación, un inmenso ventanal se abre hacia las montañas de la Sierra de Huétor, sirviendo de marco a tus sueños y tus duchas.



Hoy pasas la tarde aquí, disfrutando de este magnífico entorno y de la piscina escondida entre olivos que, a estás horas, ya está solitaria. 

Al acercarse la noche, una mesa espera tu llegada para que, mientras cenes en ella, tu vista juegue a perderse por esos montes en calma.


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Un desayuno en el mismo enclave y listo para descubrir un racimo de pueblos empapados de sabor andalusí. Te vas a La Alpujarra.

LANJARÓN, ÓRGIVA, PAMPANEIRA, BUBIÓN, CAPILEIRA…

Carreteras serpenteantes, festoneando el vuelo de las faldas de Sierra Nevada, te van acercando hasta ellos. Al llegar a Lanjarón, la imagen de su balneario te inocula una dosis de melancolía y una vez más, al igual que te ha ocurrido ante infraestructuras similares, te acuerdas de Thomas Mann y su inolvidable obra La montaña mágica

En Órgiva un último reducto hippie, de aquellos de los setenta, sigue adelante con sus consignas al tiempo que los budistas, meditando en jarapas multicolores, encuentran su Shangri-La sin necesidad de volar al Tíbet.

Más arriba, en el Barranco de Poqueira, los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira  se deslizan sobre él retorcidos y empinados mientras sus casas, en su afán de ganar espacio, se anclan unas a otras mediante singulares tinaosPasajes de cobijo para este sol que no da tregua. 



Paseando entre sus calles descubres que no eres el único que se esconde de él. Y así, cada cual a su manera, se las ingenia para ponerse a cubierto.



De hecho, hasta las chimeneas lo hacen, cubriendo sus cabezas cual cholitas bolivianas.



Calles en cuesta refulgentes de cal.



Azules en cielo y puertas. 


Y macetas, vibrantes de verde y rojo, haciendo de contrapunto en un mosaico de sombras.




Te alejas de Monachil por la A-92. La indicación de Santa Fe te evoca el sabor de un dulce y tu boca se hace agua: piononos. Esos pequeños pasteles, cubiertos por un solideo de crema tostada, hechos en honor de un papa. 

Sigues adelante y el apetito va en aumento. Has entrado en la provincia de Málaga y tomas el desvío de la N-342, en busca de un plato por el que se disputan su origen dos poblaciones vecinas, Archidona y Antequera. Es, la porra

ARCHIDONA

Has llegado y en la Calle Nueva encuentras el restaurante Central. No buscas más, unos amigos te dieron muy buenas referencias de él y siguiendo su consejo te acomodas impaciente por degustar sus platos. 



Y aquí están. Porra archidonesa, berenjenas con miel, secreto ibérico, papandujas de bacalao, sopa de maimones…y molletes.

Y antes de partir, la Plaza Ochavada, vigilada atentamente desde la Sierra de Gracia por los restos del castillo.



Satisfecho el paladar, sigues avanzando. Embalse de Guadalteba, Cuevas del Becerro

RONDA

Has llegado y aquí, en esta tranquila calle del Molino de Alarcón, es donde está tu tercera morada.



Casa blanca, inmaculada, que encierra un jardín secreto desde el que contemplar el trote tranquilo de los caballos de la Real Maestranza. Algo que también hacen, desde lo alto, los mudos lienzos de la muralla. 

Estás en Alavera de los Baños.


Junto a su puerta de entrada, dos ojos te ven pasar. El uno, pequeño y despierto, abierto sobre la espadaña de la Ermita de San Miguel.



El otro, ciclópeo y viejo, apoyando sus cansados párpados sobre el río Guadalevín.


Saben bien a donde vas. 

Acabas de acceder a un hamman nazarí donde, entre arcos de herradura y bóvedas de cañón una luz de estrellas, tamizada y sutil, envuelve de quietud este espacio creado por amor al agua. 


Caminas por Calle Real a lomos del viejo puente. A tu izquierda, los Jardines de Cuenca  abren alegres sus puertas sabiendo que la visita no te defraudará.

De frente, la Casa del Rey Moro, guardiana celosa de una escalera que desciende al pie del tajo.


Y debajo, solo vértigo. 


Cuesta de Santo Domingo, calle Tenorio, momento de comer. Entras en Albacara.

Su comida no defrauda y sus vistas…tampoco.


Y ahora sí, el grandioso Puente Nuevo, tendiendo su mano abierta entre dos Rondas.


Vueltas, vueltas y más vueltas. Alameda del Tajo, Plaza de Toros, Jardines de Blas Infante, Plaza de María Auxiliadora, Plaza del Gigante, Santa María la Mayor…

Y de noche, solo silencio por estas calles de luna.




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