Tres días de octubre en Nápoles.


¿Cuánto tiempo verdad?

Tras unos meses de sequía mecanográfica aquí estoy nuevamente, con energías renovadas y deseosa de que te unas a este corto, pero intenso viaje, con el que espero descubras esta ciudad, si es que todavía no la conoces, o quizás... la redescubras.

¡Nos vamos a Nápoles!

Una lluvia, con la que no contaba, hace acto de presencia nada más poner pie en el aeropuerto. 

Afortunadamente tengo a la puerta el taxi contratado, previa llamada al hotel, algo que te aconsejo hagas si el lugar donde vas a pasar tus noches dispone de este servicio. 

De esa manera, te olvidas de buscar uno y evitas que puedan engañarte con las tarifas. 

Conforme me voy acercando a Via Costantinopoli, el pequeño aguacero desaparece y la agradable temperatura me informa de que podré disfrutar de una cena al aire libre una vez haya dejado la maleta.

El hotel, que desde ya te aconsejo encarecidamente, toma el nombre de la plaza cercana, Hotel Piazza Bellini. 

Un palacio del siglo XV que hospedó, por aquel entonces, a una familia de condottieri y que ahora ha sido transformado conjugando, sin estridencias, clasicismo y modernidad. 



Todo lo que pueda decirte de él es favorable. Una ubicación perfecta, habitaciones amplias, limpias y silenciosas, un equipo atento y servicial, desayunos con un variado abanico de viandas donde elegir y un cortile donde poder disfrutar de una copa de bienvenida con la que te obsequiarán a tu llegada.

Instalada y, dada buena cuenta del refrigerio, es momento de tomar contacto con el entorno cercano y tras atravesar su puerta me doy cuenta que estoy en un lugar que bulle de gente, terrazas, cafés y restaurantes. 

Siguiendo los consejos de una amiga, residente en la ciudad durante dos años, pongo rumbo por Via dei Tribunali al encuentro de una de una de las pizzerie más afamadas de la ciudad, la de Gino Sorbillo. Al acercarme observo que un nutrido grupo de personas se agolpan delante de un local esperando ser llamadas para acceder a su interior.


Fotografía de Simone Scarano. Google.com maps
Y sí, están delante de la pizzería en cuestión. 

Si te soy sincera, no pongo en duda que sus pizze sean maravillosas pero, recién aterrizada, lo que menos me apetece es esperar al menos una hora en la calle para cenar.  Así que vuelvo por donde he venido y me acerco hasta otra de las aconsejadas por mi amiga, la Pizzeria Port`Alba.



Según dicen, es una de las pizzerie más antiguas de la ciudad. Y aquí me quedo, sentada en su terraza bajo el arco de entrada a esta calle cubierta que comunica Piazza Bellini con Piazza Dante. La pizza Margherita ya está en la mesa.

La calle cubierta de la que te hablo no es otra que Via Port`Alba. Si eres amante de los libros, tanto nuevos como de segunda mano, es un lugar que no puedes pasar por alto.  



En toda su longitud, las distintas librerías exponen sus mercancías de papel a precios muy interesantes, extendiéndose hasta la imponente Piazza Dante donde, a los pies del poeta,  jóvenes y no tan jóvenes improvisan partidas de fútbol día sí y día también.



Concluida la cena y el pequeño paseo, es momento de relajación y charla distendida y no encuentro mejor lugar para hacerlo que en la terraza del Caffè Intra Moenia. Un café literario en cuyas paredes, tapizadas de vitrinas, conviven en armonía objetos de lo más variopinto.



Poco a poco la plaza se va llenando entorno a Vincenzo Bellinisiguiendo un ritual que se repetirá durante todos los días de mi estancia. 



La mañana amanece soleada. 

Camino de mi primera visita, me acompaña la música que surge a través de los ventanales del Conservatorio di San Pietro a Majella

Notas de piano y arias se mezclan con el vocear de vendedores que, bajo los soportales de Via dei Tribunali, reclaman la atención de los viandantes. Tiendas y más tiendas se suceden a mi paso en las que se entremezclan, los ricos taralli de almendras y pimienta negra, con pequeños tomates en racimos. Como uvas de un rojo bermellón.



La toma de contacto comienza en el subsuelo, horadado por griegos para abastecerse de piedra, empleado como cisternas por romanos y refugio antiaéreo de civiles durante la Segunda Guerra Mundial. Sí, Nápoles está suspendida sobre cámaras de aire.



Si quieres acceder a ella puedes hacerlo a través de la organización Napoli Sotteranea situada en la Piazza di San Gaetano. Un recorrido de hora y media a la luz de las candelas.

De nuevo en la superficie, es momento de acercarse hasta una de las calles más afamadas. Se trata de Via San Gregorio Armeno, conocida mundialmente por reunir el mayor conjunto de belenes por metro cuadrado. Y en ella estoy, a la caza y captura de piernas, manos y cuerpos, encargo de una belenista madrileña.




Con las compras hechas, pongo rumbo hasta Il Duomo di Santa Maria Assunta, espacio en el que se haya la Capella del santo patrón más importante de Nápoles. Ya sabes, San Gennaro.



No he visto el milagro de la licuefacción de su sangre, he llegado después del 19 de septiembre, pero mi interés por esta capilla se haya en otra cosa. 

Al cobijo de la cúpula pintada por Lanfranco, se encuentran seis pale d´ altare que ocultan una particularidad digna de reseñar. 

A primera vista, podrían pasar por un conjunto más de obras encargadas a grandes pintores como Domenichino, Ribera y Stanzione para la decoración de un espacio religioso de primer orden, pero no es así. Su singularidad estriba en que, hasta ese momento, nunca antes un soporte de cobre había adquirido unas dimensiones tan enormes como las empleadas aquí. Todo un reto para la época. 

Pero la grandiosidad sigue, y de la del XVII pasamos a la del XXI de la mano de Jorit Agoch, pintor napolitano artífice del mural que luce sobre la fachada de una casa en el barrio de Forcella, a pocos metros de la Catedral.

Quince metros de altura para un santo de rasgos terrenales.



Como endulzarse la vida nunca está de más, creo que ha llegado el momento de satisfacer la curiosidad por degustar un postre que, junto a la pastiera y la sfogliatella riccia o frollaconforman el trío más famoso en cuanto a repostería napolitana se refiere. 

Se trata del babà, ese bizcocho con forma de hongo empapado en ron y licor de rosas que, en ocasiones, puedes encontrar relleno de nata o crema pastelera.

Para probarlo, y ya que estoy cerca, nada mejor que hacerlo en la terraza de la famosa pastelería Scaturchio, abierta desde 1905.



Un precioso enclave, el de Piazza San Domenico Maggiore, para dar rienda suelta a los paladares más golosos.



Cumplido el deseo, me pongo de nuevo en marcha por Via Benedetto Croce hasta la Piazza di Gesù Nuovo, a contracorriente de grupos de adolescentes que, finalizada su jornada estudiantil, remolonean alrededor de la iglesia homónima. 



De frente, el claustro del Monastero di Santa Chiara me aísla de sus risas y griterío alejándome, por unos instantes, de la mundanidad de esta ciudad cuajada de sonidos.



Camino del mar sale a mi paso Piazza Municipio. 

Sobre la fachada del Ayuntamiento una pintada dirigida a una asociación muy conocida llama mi atención, no por lo que en sí dice, sino por el lugar elegido para hacerla.


  
A escasos metros Castel Nuovo, Teatro di San Carlo, Galleria Umberto I, San Francesco di Paola, Piazza Plebiscito y Palazzo Reale un conjunto politico-administrativo-cultural que casi apabulla. 



Desde Via Nazario Sauro observo el islote de Megaris emerger imponente coronado por el rotundo Castel dell`Ovo, a cuyas faldas, una pequeña flota suspendida sobre un mar de plomo aguarda tranquila el momento de partir.



Enclave perfecto para hacer un alto en el camino y saciar el apetito en alguno de los restaurantes que lo jalonan. En esta ocasión, Zi Teresa es el elegido.

Tras la pausa, es momento de un paseo relajado por el lungomare siguiendo Via Partenope donde, los hoteles más lujosos, rivalizan entre ellos para ofrecer las mejores vistas de la bahía: Excelsior, Santa Lucía, Vesubio…



Un lujo que continúa por Piazza dei Martiri y Via Chiaia, dos lugares imprescindible si lo que andas buscando es perderte entre tiendas de grandes firmas o tomar l´aperitivo pero con glamour, ese que los italianos consumen antes del anochecer.



Avanzando por esta vía llego hasta la concurrida Piazza Trieste e Trento donde el Caffè Gambrinus prosigue, desde 1890, deslumbrando paladares y miradas que se pierden entre su decoración Art Nouveau y la galería de arte que pende de sus muros.

Via Toledo me aturde y buscando otro entorno decido bucear por el entramado de calles y callejuelas que conforman uno de los barrios más característicos de esta ciudad. Acabo de acceder a los Quartieri Spagnoli.


Introducirse en ellos es retrotraerse en el tiempo.

Aquí las tiendecillas familiares no dejan espacio a grandes cadenas que uniforman y restan personalidad a las ciudades.

Trattorie de cocina sencilla, acogedoras o alocadas, como Da Nennella, (Vico Lungo Teatro Nuovo 103) se imbrican con lugares de gran devoción como el Santuario di Santa Maria Francesca delle Cinque Piaghe di Gesù (Vico Tre Re 13) ante cuya puerta he sido testigo de una demostración de fe. 

Desde las calles aledañas van llegando personas, sobre todo mujeres, muchas de las cuales sostienen entre sus brazos a niños de corta edad. Se acercan en silencio, arremolinándose ante su fachada. El interior está a rebosar. 

Esperan pacientes el momento de sentarse sobre una silla que perteneció a la santa pues, al hacerlo, aquellas mujeres estériles que desean fervientemente concebir un hijo y no pueden, verán satisfecho su deseo. 

Obrado el milagro, vuelven con sus hijos en señal de gratitud y respeto.

Dejo atrás el lugar y prosigo por este entramado de edificios donde no faltan los cestos en los balcones. Curioso sistema de hacer la compra sin necesidad de bajar a la calle que ha quedado grabado en el imaginario de todos aquellos que hemos visto películas ambientadas en esta ciudad, como en aquella de Vittorio De Sica, L`oro di Napoli.  
  

El jolgorio me envuelve de nuevo.

Acabo de llegar al Mercato della Pignasecca y resulta  difícil avanzar a través de esta calle desbordada de puestos donde, el dialecto, hace acto de presencia con toda su fuerza. 

Incomprensible a mis oídos pero de lo más sugestivo.



La hora de la cena se acerca y me decido por un pequeño local al que ya había echado el ojo esta mañana. Se trata de la Enoteca Jamón (Piazza San Domenico Maggiore 9). 

Ya sé que el nombre no suena muy italiano que digamos, pero no te engañes. Podrás elegir entre platos que rompen con la cucina campana más tradicional sin renunciar al jamón ibérico, si es que sientes morriña.

Esta noche, a los hidratos de carbono los dejo descansar.



El tercer y, a mi pesar, último día comienza de lo más cultural. 

A escasos metros del hotel se halla uno de los lugares que, de ninguna de las maneras, puedes dejar de visitar aunque tu estancia sea de un solo día.

Se trata de la Cappella di Sansevero (Via Francesco De Sanctis 19/21) panteón familiar de la familia di Sangro.

Por voluntad de Raimondo di Sangro, septimo príncipe de Sansevero, la capilla familiar luce como la podemos ver en la actualidad. 

Un príncipe del XVIII inventor, académico de la Crusca, masón, científico, literato…en definitiva, un ilustrado en el más amplio sentido de la palabra que dotó, a este espacio tan singular, de un conjunto de obras cargadas de simbolismo: la Educación, la Sensualidad, el Decoro, el Dominio de uno mismo, el Pudor, el Desengaño…esculturas todas ellas interesantes por su simbología y ejecución pero que, inevitablemente, pasan a segundo plano ante aquella que ocupa el centro y sobre la que recaen toda las miradas. 

Se trata del Cristo Velato

Un cuerpo abandonado a la muerte, cubierto por un velo sutil, transparente, que se adapta a la anatomía del representado mostrando cada detalle de su morfología de forma, tan realista, que hace dudar sobre si el yacente es en realidad de carne y hueso y no de mármol.

Su autor, hasta ahora, un gran desconocido para mí: Giuseppe Sanmartino

Fotografía museosansevero.it
Pero aquí no acaba todo. En la cripta te espera otra sorpresa de la cual no puedo revelarte nada. Solamente te digo que no te olvides de bajar.

Como no tengo claro todavía si voy a acercarme hasta Pompeya y Herculano he pensado que una buena opción, para conocerlas desde el punto de vista artístico, es visitando el Museo Archeologico Nazionale y hacia él me dirijo.

La decadencia de su museografía pasa a un segundo lugar ante la colección tan magnifica que atesora. 

Grupos escultóricos, como Los Tiranicidas o el Toro Farnese, comparten salas junto a Claudio, Adriano o Julio Cesar.


De igual modo que la poetisa Safo, concentrada y ausente, lo hace junto a un Alejandro Magno que, enfrascado en la Batalla de Issos, no tiene tiempo de detenerse a observar los juegos eróticos que se llevan a cabo en el Gabinetto Segreto, espacio donde Príapo muestra orgulloso sus atributos sexuales sin ningún pudor.


Si bien el arte alimenta el espíritu el cuerpo, mucho más terrenal y básico, precisa de otro arte, el culinario, para ver satisfechas sus necesidades. Y así, para no defraudarle, decido subir hasta el Vomero en busca de un sitio donde saciar su apetito.

Para hacerlo voy hasta la Stazione di Montesanto donde espero la llegada del funicular que me llevará hasta la parada de Morghen. 


Una vez arriba y frente a la entrada del Castel Sant`Elmo encuentro el restaurante Renzo e Luzia (via Tito Angelini 31) y sin dudarlo accedo a él.

Sentada en su terraza la comida no me defrauda, aunque podría mejorarse, pero lo que sin duda me deja sin aliento es su enclave, desde el que asisto incrédula, a un espectáculo magnífico donde la climatología se pone de mi parte regalándome una sobremesa en la que hasta el arcoíris, como actor principal, hace su aparición entre las bambalinas del Museo di Capodimonte

    
Pero aquí no acaba todo. 

Haciendo mutis por el foro, las nubes de tormenta abandonan el escenario permitiendo la entrada de nuevos actores, entre los que el sol, pasa a ser la estrella de este segundo acto que ahora comienza.


Hoy el Vesubio no actua, por fortuna para todos.

  

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