Rávena: entre mosaicos y bicicletas.


El "año académico" ha llegado a su fin y ¿qué mejor manera para celebrarlo que organizar un viaje a Italia, acompañada por tres compañeros de clase tan enamorados como yo de este país, y deseosos de poner en practicar lo aprendido de italiano? 

A nosotros no se nos ocurre otra. Así que, sin pensárnoslo dos veces, ponemos rumbo a Bologna.

Imagen cedida por Teresa GB Zarco
No temas, en esta ocasión no te hablaré de ella, ya lo hice en otra de mis entradas y no es cuestión de repetirme. Ahora le toca el turno a otra ciudad de la Emilia-Romagna que tres de nosotros descubriremos por primera vez. 

Se trata de Ravenna.



Para acercarnos hasta ella desde nuestro centro neurálgico lo tenemos fácil, puesto que el hotel en el que nos hospedamos se encuentra a 5 minutos andando de la Stazione Centrale

Bajo un sol de justicia y una humedad envolvente llegamos a su puerta en compañía de dos inseparables abanicos y un sombrero. Esquivando a la multitud, que ya deambula por ella a esta hora temprana, nos acercamos hasta las máquinas expendedoras adquiriendo nuestro billete para las 09.06 h.

En una hora y veintiún minutos habremos llegado a Ravenna, eso sí, previa obliterazione del billete en la obliteratrice de rigor. De no hacerlo, puede caernos una multa de 200 € y, teniendo en cuenta que el billete cuesta solo 7,10 €, mejor no tentar a la suerte.

Ya instalados, vamos atravesando las poblaciones de Sarasolo, Lugo, Bagnacavallo, Imola, Castel Bolognese, Russi, Godo y … Ravenna.


Al bajarnos, de nuevo la canícula nos da la bienvenida, pero ¿qué le vamos a hacer?. Es julio y una ola de calor venida de Africa le ha tomado cariño a buena parte de Europa. 

Debe sentirse muy cómoda ya que, por ahora, no está dispuesta a abandonarla.

Así pues, el paseo de catorce minutos que ha de llevarnos hasta el primero de los monumentos a visitar y que en circunstancias normales sería de lo más agradable, resulta agotador. 

Tratando de llegar cuanto antes, casi ni reparamos en la Rocca di Brancaleone. Una imponente fortaleza construida durante la dominación veneciana, allá por el siglo XV, y que hoy sirve de solaz para los habitantes de esta ciudad tranquila.

Un poco más de caminata y ya empezamos a ver el gran bloque decagonal, blanco, y austero realizado para contener los restos mortales de un rey ostrogodo. 

Hemos llegado al  Mausoleo de Teodorico pero él ya no está.



En su interior solo queda la bañera de pórfido granate que, presumiblemente, le contuvo.

Al observarlo, lo que realmente llama la atención es su cubierta. Una gran cúpula monolítica de trescientas toneladas que nos plantea un interrogante. ¿Cómo se las ingeniaron para subirla ahí? Nuestra duda queda sin respuesta.



Como el calor va en aumento, decidimos que lo mejor que podemos hacer es esperar un autobús que nos lleve hasta el centro de la ciudad. Y eso es lo que hacemos, pero resguardados bajo un árbol.

Siguiendo las indicaciones de nuestro queridísimo cicerone, descendemos en Viale Farini, frente a la Chiesa di San Giovanni Evangelista, la parada más cercana a la siguiente visita.

El nombre de la pequeña calle por la que nos dirigimos ya nos indica que estamos cerca. 

Pegado a la Chiesa dello Spirito Santo -muy transformada de como sería en origen, cuando Teodorico decidió levantarla en honor del Hagìa Anastasis o Resurreción de Cristo- un pequeño edificio octogonal de ladrillo encierra un tesoro. 

Es el Battistero degli Ariani.



Sobre nuestras cabezas, un cielo dorado cargado de simbología baña el espacio.



En su centro, inmerso en las aguas, la figura de Cristo aparece representado siguiendo fielmente el nuevo estándar de belleza masculino del siglo XXI. El canon fofisano.

Mientras, los apóstoles, giran en derredor vestidos con la toga romana. Ellos sí, mucho más clásicos.



Por Via di Roma, y en fila de a uno, buscamos el hilo de sombra que las casas nos regalan. Vamos al siguiente de los edificios construidos durante el reinado del ya citado rey y que no es otro que Sant`Apollinare Nuovo.


Sobre las arcadas de la nave central, dos cohortes de figuras isocefálicas, hieráticas y vestidas suntuosamente, levitan sobre un fondo privado de referencia espacial. 



Pero no están solas. Junto a ellas, escenas de la pasión de Cristo, parábolas, milagros, padres de la Iglesia, el Palacio de Teodorico, la antigua ciudad de Classe...


La contemplación de este imponente programa iconográfico bien merece una observación detallada. Hay que tomarse su tiempo y, como no tenemos prisa, eso es lo que hacemos.

De nuevo en ruta, por Via Angelo Mariani, una construcción de color amarillo sale a nuestro paso custodiada, en uno de sus flancos, por la ubicua figura de Garibaldi.



Se trata del Teatro Alighieri. 

Un edificio del XIX del cual solo podemos ver su exterior pero según nuestro guía, que de estas cosas sabe latín, el interior bien merece una visita.


Imagen cedida por Ada Fernández

Y si ésta se hace, mientras tus oídos se inundan de música, tanto mejor.

Un poco más adelante, las esculturas de Sant´ Apollinare y San Vitale nos ven pasar impertérritas encaramadas a sus columnas. 

Acabamos de llegar a la Piazza del Popolo


Como curiosidad te contaré que el presente nombre de la plaza fue dado tras el referéndum institucional celebrado en 1946, tal y como consta en una placa situada en el edificio del Ayuntamiento.

El 88% de sus habitantes votaron a favor de la República, el porcentaje más alto de toda Italia y, en consecuencia, la plaza dejó de llamarse Vittorio Emanuele II adquiriendo la denominación actual.

Pasito a paso seguimos por Via Camillo Benso Cavour, una de las calles más frecuentadas por los ravennati quienes, a lomos de su medio de transporte preferido -la bicicleta- la recorren de arriba abajo observando de reojo las tiendas. Nosotros también vamos por ella, pero a pie y sin animo de comprar, sino de llegar hasta el siguiente de nuestros destinos.

Una imponente composición de volúmenes encabalgados nos recibe. 

Estamos ante San Vitale.



En su interior solo puedes hacer una cosa, dejarte seducir.





Y con los ojos anegados de luz áurea, vamos en pos de la que se cree fue última morada de una emperatriz romana.

El Mausoleo di Galla Placidia.



Al acceder, una bóveda celeste cuajada de estrellas se cierne sobre nosotros, iluminada por una luz solar que incendia el alabastro.



Todos guardamos silencio, mientras contemplamos esta joya para los sentidos. 



Llega la hora de hacer un alto en el camino y, como somos de buen libar y mejor yantar  nos disponemos a hacerlo con calma y al fresco.

Deambulando, volvemos a pasar por Via IV Novembre y es aquí donde encontramos nuestro lugar de descanso.



Junto a esta casa, donde el tiempo ha ido dejando su huella, un palacio renacentista veneciano sigue en pie desde los tiempo de la Serenissima y es en él donde elegimos acomodarnos. 

Se trata del restaurante del Albergo Cappello (Via IV Novembre nº 41) cuya terraza ya nos había llamada lo atención pero, como el calor no da tregua, decidimos arrellanarnos en su interior.



Y ¿qué mejor, para dar entrada a un concierto de sabores, que un vino de nombre Preludio de color rojo intenso, con aroma a cerezas y frutas del bosque... y de la Romagna?

Como el mar está cerca, un primero de cozze alla tarantina, frescos y jugosos, en cuya salsa picante navegan nuestros barcos de pan sin pausa alguna. 

De segundo, pennette alla Normatonno alla griglia...

¿Y de postre? el postre nos está esperando en la Gelateria Papílla.

papillagelateria.it
Ciocolato fondente, gianduia, mascarpone, cassata siciliana, panna amarena, frutti di bosco…¡¡madre mía!! 

Con los ojos abiertos de par en par, observamos con detalle cada uno de ellos sin saber cuál elegir. Pero al fin lo hacemos y, asombrados, seguimos la maestría con la que las dos gelataie manejan estas cremas heladas para depositarlas, artísticamente, sobre ricos conos de galleta.

De su sabor ¿qué puedo decirte?. Un placer difícil de expresar con palabras.

Nuestra visita continúa, en busca del segundo de los Battisteri, por calles a esta hora vacías de oriundos.


Solo nos cruzamos con algún que otro turista que, como nosotros, desafía valiente este sol inflexible.

Y ahí lo tenemos, el Battistero Neoniano.



Sobre un mar de monedas de los cinco continentes que cubre el suelo de una pila bautismal renacentista, los apóstoles -de nuevo togados- acompañan una vez más a Cristo en su bautismo. Pero ahora el canon ha cambiado, y su estética se aleja de la anterior para seguir los dictados de la moda hippie.



La hora del pisolino -léase siesta- ha pasado y los ravennati vuelven a tomar las calles sobre sus corceles metálicos.



Nuestra estancia va llegando a su fin, pero no sin antes rendir honores al autor de una obra cuyo Canto I comienza así:


En medio del camino de la vida,
errante me encontré por selva oscura,
en que la recta vía era perdida.


¿Has descubierto de quién se trata? ¿Sí? ¿No? No importa, ahora mismo te saco de dudas. 


Junto a esta iglesia, la de San Francesco, y escondido tras el pequeño jardín del Quadrarco di Braccioforte el poeta más famoso de Italia guarda silencio desde 1321.

Dante Alighieri murió aquí y aquí sigue, desafiando el deseo de los florentinos quienes, durante siglos, lo reclamaron para sí.


El tiempo ha pasado y la ciudad de Florencia ya aceptó, con resignación, que el insigne personaje no volviera a la urbe que lo vio nacer. 

Pero sus restos siguen en el punto de mira, aunque por razones bien distintas.

Hace pocos días, se ha tenido noticia de que el Estado Islámico ha incluido, entre sus objetivos a destruir, la Tumba de Dante.

¿Las razones?. En el Canto XXVIII del Infierno, su autor, manda al averno a Mahoma en compañía de su yerno y primo Alí y otros "cismáticos y diseminadores de discordia", tal y como él los calificó, para penar y sufrir los tormentos del octavo círculo.

Afortunadamente nada ha ocurrido, y ahí le dejamos pensieroso e indiferente a nuestra presencia.

Es hora de volver y a la estación nos encaminamos sin saber que, nuestro viaje de retorno, será la guinda de esta giornata tórrida.

Por la vía se acerca nuestro tren y su imagen exterior ya nos pone sobre aviso de que moderno, lo que se dice moderno, no es.


Pero lo mejor está en su interior.

La temperatura debe rondar los 40º C y el aire acondicionado ¡¡no funciona!!.

Eso sí, han tenido la delicadeza de desbloquear algunas de las ventanillas, para evitar que acabemos disueltos entre los terribles asientos de escay azul antes de llegar a Bologna.

¡Todo un detalle!


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