Enamorarse de Praga


Has experimentado en alguna ocasión el amor a primera vista? pues eso es lo que sentirás cuando descubras Praga.



El impacto que recibes es tan apabullante que en todo momento te ves fuera de ella, como un espectador que no acaba de integrarse en lo que se está representando. Tu mirada vaga alocada y tu barbilla se despega del cuello poniendo rumbo a las alturas pues es ahí, en lo alto, donde se desarrolla el espectáculo. La sucesión de los imponentes edificios que la conforman llega a marear.

Tomas tierra y él ya está ahí, esperándote en la sala de llegadas con tu nombre resaltado sobre un fondo anaranjado. Es el conductor que contrataste a través de Prague Airport Transfers. Te instalas y te dejas llevar a través de la ciudad. Él, silencioso, se abre paso poco a poco a través de sus calles. No tiene prisa, ni tú tampoco, por acercarte hasta la puerta del hotel en el que has decidido pasar las noches de tu estancia. Adopta el papel de anfitrión y como tal, te presenta a la nueva ciudad que te acoge. No hay palabras, solo imágenes.

Te despides y accedes al Kempinski Hybernska acompañado por tus maletas que te siguen a una distancia prudencial. Tomas posesión de tu habitación y raudo pones rumbo a la calle donde, al girar tu cabeza, descubres una torre oscura, casi negra. Es la Torre de la Pólvora bajo cuyo arco irás accediendo, poco a poco, a otro tiempo. 


Frente a su oscuridad, la Casa Municipal se alza majestuosa y a todo color rivalizando en belleza y atenciones, en un juego arquitectónico que se repetirá incansablemente por este entramado urbano. La música de Smetana puede que en ese instante se interprete en su interior pero fuera, un artista callejero hace que guardes silencio y escuches la melodía que arranca del agua y el cristal.


Deambulas con tu guía en la mano pero, realmente, te vas dejando llevar pues tu mirada no se centra en ella, se hace casi imposible. Te metes por uno de los múltiples pasajes que sirven para acortar distancias y te asalta un remolino de imágenes que retorcidas y amontonadas se derraman sobre una ventana. Es la Iglesia de Santiago.


En el camino, el olor a flores, frutas, jabones y aceites esenciales te va guiando hasta una plaza, el Patio de Tyn. Al llegar descubres que el aroma procede de la tienda Botanicus, encargada de satisfacer placeres al cuerpo y de perfumar, sin pretenderlo, este agradable rincón.

A través de callejones sombríos y pisando sobre un adoquinado reluciente descubres pequeñas tiendas curiosas, como ésta, Bric a Brac (Týnská 627/7). Dos batientes de madera encierran este reducido espacio donde, sin atender a las reglas del orden, se amontonan objetos de tiempos pasados. Se precisa calma para sacarle todo su encanto y encontrar, quizá, lo que andas buscando.


El camino te hará pasar de esta dimensión angosta y oscura a la amplitud y la luz. Acabas de salir a la Plaza de la Ciudad Vieja justo en ese momento en que el sol se va debilitando pero que logra dotar a las fachadas de magia, recortándose sobre un cielo azul intenso. Al igual que Jan Hus, tus ojos se quedarán clavados en Nuestra Señora de Týn.


Proyectando su sombra sobre ella, la Torre del Antiguo Ayuntamiento se levanta desafiante decorada por un reloj de difícil interpretación pero, con seguridad, el más observado del mundo.


Es la hora en punto y los doce apóstoles se asoman serios y solemnes siguiendo el tañido de la campana que, con mano diestra hace sonar la muerte, recordando a los presentes que … ¡Carpe diem, tempus fugit!

Haces caso a su recomendación y sigues adelante por el entramado urbano que te descubre historias contadas sobre pliegos de ladrillo.


Pero esas historias no solo se cuentan ahí. Hierro, bronce, aluminio o piedra te relatan otras a través de un Kafka que, espoleando una montura humana desprovista de rostro y manos, le lleva por su ciudad en busca de la Descripción de una lucha.


Mujeres gigantes conformadas como un lego, caballos boca abajo, figuras incorpóreas...


bebes ciclópeos gateando a ciegas, palpando desorientados una tierra sin rumbo... 


y hombres que, subyugados por regímenes totalitarios, se van descomponiendo ante tus ojos hasta desaparecer.


En este libro abierto también hay historias de bosques de piedra, cuyos troncos se inclinan vencidos por el paso de los años. Un bosque que sobrecoge. 


Aquí no hay licántropos, ni brujas, ni santas compañas, solo hay un silencio denso que, quién sabe, puede verse roto si una figura grandiosa de barro hace su aparición. Si esto ocurriese, no lo dudes, se deberá a que aquel Golem que fuera moldeado por las manos del rabino Loew ha vuelto al ghetto de Praga. Pero su estancia será corta, la actitud desafiante y fría de su progenitor hará que retorne a la oscuridad de su encierro.


En tu peregrinar te sentirás observado por rostros que, atentos a tus pasos, te mirarán entre sorprendidos, escépticos, huraños o displicentes. Ninguno de ellos hablará contigo pero, convéncete, cuando los vayas dejando atrás sonreirán orgullosos de experimentar, una vez más, el placer de sentirse admirados. 


El crepúsculo se acerca con lentitud, vaticinando el momento en que los contornos se adueñan del paisaje. Formas negras desprovistas de volumen se recortan sobre un lienzo en el que, una gama de colores fríos, se encarga de teñirlo en toda su extensión. 


El tiempo ha quedado suspendido, como tú, sobre el Puente de Carlos, mientras bajo tus pies el Moldava, ajeno a este impasse, continúa tranquilo un viaje sin retorno. 





Se va instalando la noche y todo se transforma. Sutiles puntos de luz te marcan el camino a seguir sin quitar protagonismo a todo lo que te circunda. La Torre de Malá Strana se acicala para salir y, envidioso, el Castillo la imita. 






Tú no puedes ser menos y siguiendo su ejemplo te arreglas para la ocasión. Una cerveza checa, junto a un molino que incansable gira sobre las aguas del riachuelo del Diablo, puede ser tu comienzo. El lugar es Velkroprevorsky Mlyn (Hroznova 3).



Un delicioso aroma flota en el aire y tus narinas se dilatan para empaparse de él. Cerca de donde estás, una mujer se afana en enrollar, sobre un cilindro, una masa en espiral recubierta por una mezcla de harina de nueces y azúcar. Lentamente, la masa comienza a girar sobre las brasas, hasta conseguir un dorado perfecto. Un toque de canela o miel dará por concluido el trabajo. Acabas de presenciar la creación de un trdelnik.



Espoleado por la fragancia, tu estómago solicita toda tu atención y, haciendo caso a sus requerimientos, decides satisfacerle.

Pero te asaltan las dudas. El abanico de propuestas es tan amplio que, tomar una decisión resulta complicada y por tal motivo, decides con calma valorar las ofertas:

1. Probar la cocina checa en alguna de las múltiples pivovary que inundan la ciudad  como, por ejemplo, en U HROCHA (Thunovská 10). Eso sí, has de tener en cuenta que compartirás mesa y que deberás tomarte con filosofía una digestión lenta. Su gastronomía está enfocada a sobrellevar los rigores del invierno, de ahí que los platos sean pesados y muy calóricos.

2Comer por la calle mientras sigues paseando o pararte y hacerlo delante de, posiblemente, uno de los bistró más pequeños del mundo, el BRUNCVÍK (Na Kampe 7). Lo de "delante" es literal, el único espacio del que dispone está ocupado por el camarero-cocinero.




3. Olvidarte de la carne y dirigir tus apetencias hacia el pescado y el marisco. En tal caso, encamínate hacia el ZDENEK´S OYSTER BAR (Malá Štupartská 636/5). Una cuidada selección de ostras de diferentes procedencias son su seña de identidad. Pero no temas, si tu paladar no está hecho para ellas, tendrás la posibilidad de satisfacer tu apetito con langostas, cigalas, cangrejos, gambas… que podrás acompañar por un buen cava, champagne o un excelente vino nacional o extranjero. Su ambiente es sumamente agradable.



4. Aunque también puedes optar por cambiar de registro y acercarte hasta un restaurante de cocina transalpinaHay casi tantos como checos, pero barajas dos. 

Uno de ellos es el DIVINIS (Týnská 21) cerca de la Iglesia de Santiago. Ubicado en una esquina, este restaurante dividido en varios ambientes, con colores cálidos y decorado con mucho gusto te ofrecerá platos confeccionados con ingredientes sencillos pero sabiamente combinados, como los tagliolini con limones de Sorrento, parmesano y albahaca. Una carta de vinos italianos extensa y un buen servicio de sala harán que pases una velada estupenda.
praguedining.com

El otro tiene un nombre más largo, LA FINESTRA IN CUCINA (Platnéřská 13) y lo encontraras al lado del Clementinum, la Biblioteca Nacional de la ciudad. 

Sin duda, uno de los mejores restaurantes italianos que puedas encontrar, tanto fuera como dentro de Italia. Una gran ventana te permitirá ver como se van elaborando esos magníficos platos que harán las delicias de los comensales. 

Adecuada combinación de productos donde ninguno de ellos desentona con el resto, como en la rica salsa compuesta por pequeños tomates vesuvianos, berenjena ahumada y almejas que acompaña a los linguine, o en el pulpo a la brasa, escoltado por un puré de judías blancas y un salteado de calamares, uvas pasas y vino tinto. A todo ello hay que añadir una atención profesional y seria, una carta de vinos espléndida y un ambiente sumamente agradable. Si te decides por él, ten en cuenta que la reserva es obligada, su buena fama ha hecho que todos los días llenen su sala.

praguedining.com
5. Para completar tus opciones, también tendrás la posibilidad de poner rumbo hacia una cocina internacional, rodeada de una atmósfera elegante y una ubicación privilegiada. Se trata, en este caso, del restaurante KAMPA PARK (Na Kampě 8b).

Primero deberás elegir en cuál de los diversos salones quieres disfrutar de sus excelentes platos pero, si lo que deseas es hacerlo con unas vistas de película entonces, no hay duda, tu sitio está en su galería acristalada. 



Con esta inigualable perspectiva, sus deliciosas viandas serán doblemente perfectas. Una carta equilibrada te dará la posibilidad de decantarte por platos tan bien ejecutados, sabrosos y coloridos como éstos. Como ves, una cena para un gourmet como tú.


kampagroup.com

De nuevo, un reloj te indica que tu tiempo de estancia llega a su fin. Satisfecho y sin prisa te vas despidiendo de ella, deseando volver a encontrarla igual de misteriosa y radiante en un futuro no muy lejano. 






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