Un correo a París. II

Segundo día en París. Es el momento de salir derechita hacia le Petit Palais para mi cita mañanera. Paso por delante de la Madeleine y el reloj marca las ¡dos y diez!, pero no te preocupes, no llego tarde, al pobre hace tiempo que no le ponen en hora.



Lo que parecía ser un trabajo de coser y cantar se ha complicado un poco. Problemas técnicos han hecho que la recogida se demore más de la cuenta, pero no importa. Mientras se solucionan, puedo aprovechar el tiempo viendo parte de la exposición permanente y elijo las salas dedicadas al París de 1900 y al s.XIX. Están tranquilas, por suerte para mí,  con lo cual me muevo plácidamente entre obras de Cézanne, Renoir, Morisot, Courbet, Pisarro, Corot, Sisley, Monet...

La espera se alarga y como no tengo intención de ver más salas, decido salir a la calle para airearme, poniendo rumbo hacia el Puente de Alejandro III. Está al ladito con lo cual, si me llaman, en un santiamén estoy de vuelta. 

Y aquí me veo, acompañada por las Ninfas del Sena, del Néva...y otros personajes relucientes. 



El día, meteorológicamente hablando, está de lo más cambiante, solo espero que no termine lloviendo.



Solventados los problemas y embaladas las obras, ya puedo comenzar mi nueva andadura por la ciudad. Sin más preámbulos, pongo dirección hacia la parada de metro más cercana, la de Champs-Élisées - Clemenceau para, desde aquí, y siguiendo esta línea 13 bajarme en la Place de Clichy. Elijo ésta por ser la que más cerca se encuentra, o así me lo parece, del cementerio de Montmartre

Mi intención de pasear entre las tumbas de personajes históricos se ve truncada. Me he equivocado de calle y en lugar de ir directa hacia la entrada, me lo recorro casi entero por su exterior, buscando la puerta. ¿Seré tonta?

¡¡Ya me he cansado!!. Mejor lo dejo para otra ocasión.

Es bastante tarde y empiezo a dudar de que pueda encontrar algún sitio donde me den de comer, teniendo en cuenta el horario al que acostumbran a hacerlo los franceses. Pero no hay problema. Al igual que ocurre en otras ciudades que reciben millones de turistas al año, en París también se encuentran locales cuyas cocinas están abiertas, ininterrumpidamente, para saciar a un hambriento con el horario cambiado. 

La rue que hay frente a mí es la de Joseph de Maistre y sin dudarlo me adentro por ella en busca de un lugar. El primero que me encuentro se llama Le Relais Gascon y aquí me siento. No voy a complicarme la vida, me apetece algo fresquito y me voy a decidir por una ensalada "gigante" y ¡¡vaya si lo es, lleva de todo!! No es un lugar fantástico, pero cuando el hambre aprieta y son las cuatro de la tarde...

Me pongo en pie y sigo la calle que, un poco más adelante, cambia de nombre para pasar a llamarse Rue des Abbesses. Plagada de restaurantes y tiendas de barrio, la voy siguiendo hasta encontrarme justo delante de la Iglesia de Saint Jean de Montmartre. Curiosa construcción de estética industrial, en hierro y ladrillo, fácil de encontrar si desciendes en la parada de metro de Abbesses. La tienes justo enfrente.

Por encima de la plaza donde me hallo hay un jardincito, recoleto, pequeño y tranquilo, de nombre Square Jehan Rictus, entro en él y me encuentro con un enorme panel de cerámica azul en honor al amor. Si no sabes decir "te quiero" en indonesio, aquí lo encontrarás. 



Callejeando sigo, ahora por la Rue Yvonne le Tac que sigue con la misma dinámica de restaurantes, algunos tan apetecibles, al menos de aspecto, como éste.



Un poco más adelante y ya en la Rue Tardieu, me paro ante dos locales, uno frente al otro, que me llaman la atención por el colorido que muestran sus escaparates. Se tratan de Pylones y La case de Cousin Paul.

Pylones tiene todo tipo de objetos de lo más originales, llenos de color y con diseños muy divertidos, desde pinzas de depilar que simulan una muñeca a anillos rellenos de arena o agua. Merece la pena echar un vistazo, seguro que pecarás.



En cuanto a La case de Cousin Paul es un espacio dedicado a la luz. Miles de bolas de colores te asaltan desde las vitrinas. Solo tienes que elegir cuales te gustan más, combinarlas y ya tienes lista tu guirnalda de luz.



He llegado a la Place de Saint - Pierre, a los pies del Sacré Coeur. Aquí se encuentra el funicular que te evita la subida a pie por las interminables escaleras y también el precioso carrusel de techo azul. No le hice foto y como no me resistía a no ponerte una, la he tomado prestada.


Imagen de lecoquelicotblog.com
Mi intención no es subir por aquí hasta la basílica, hay demasiada gente. Mejor retrocedo y callejeo sin rumbo, subiendo empinadas cuestas a lo loco y ,de casualidad, me topo con el famoso Moulin de la Galette. Sí, ese que estás pensando, el que retrataron Renoir, Van Gogh, Rusiñol...y tantos otros.


Plein air. Ramón Casas
La imagen actual desmerece bastante de la que guardamos en la retina gracias a las obras de estos artistas, de ahí que, nostálgicamente, prefiera dejarte ésta.

Sigo por la Rue Norvins y me asomo a la Place du Tertre. Me espanto ante la marabunta que, a las seis y media de la tarde, se apiña para cenar alrededor de un sin fin de mesas apelotonadas. Aterrorizada, me alejo de ella por la Rue Saint-Rustique. Al fondo puedo ver ya la cúpula de la basílica blanca.



Una vueltecita por la plaza para contemplar las vistas de París desde las alturas y a continuación, el descenso. 



Esta bajada es una maravilla, pero lo que más atrae mi mirada es la cara de sorpresa de la farola, ¿qué será lo que le llama tanto la atención, que le hace abrir la boca de esa manera? ¡¡jajaja, no puedo parar de reírme!!

Retorno a la parada de metro de Abbesses, línea 12, que me lleva sin trasbordos a la de Madeleine.



Me voy derecha al hotel para descansar un poquito y volver de nuevo a la calle. Como todavía no he cruzado a la Rive Gauche, ahora es el momento de hacerlo. Está comenzando a anochecer y mira que vista tan fantástica contemplo desde el puente.



¡¡Oh, la rive Gouche, la rive Gouche!! esa ribera famosa, sobre todo la zona de Saint-Germain-des-Prés y el Barrio Latino donde se daban cita los intelectuales de los años 50 y donde se realizaron buena parte de las manifestaciones del famoso mayo del 68. Deambulo sin rumbo fijo por una reducida parte de ella, acompañada solamente por mis pasos. El silencio por aquí sobrecoge, no veo a nadie y si miro a los edificios que me circundan, casi todos oficiales, están a oscuras. Salgo al Boulevard de Saint-Germain y voy llorando, pero no porque esté asustada, no, sino por que mis pies han dicho ¡¡BASTA!! no pueden dar un paso más y como un relámpago acude a mi mente la estrofa de una canción de Pink Martini..."j´ai perdu mes piesd au Saint-Germain-des-Prés".

Sin pensarmelo dos veces, me quito los zapatos y me dirijo hacia la única terraza que se ve abierta por los alrededores. No me importa lo que tenga para ofrecerme, lo que necesito urgentemente es sentarme, mucho más que saciar mi apetito. Está claro, lo de ser chic lo llevo fatal.

Medio repuesta, es el momento de regresar, por supuesto descalza. Llego a mi habitación con los pies tan negros como el asfalto, una ducha a conciencia y lista para un largo sueñecito.

Hoy es mi tercer y último día, pero no me voy a poner triste, todavía me queda toda la mañana para disfrutar y eso hago, poniendo rumbo hacia el barrio de Le Marais. Voy andando por una rue donde comprarse, una fruslería, supone invertir el sueldo de un mes (eso si tienes la suerte de tenerlo, claro) y no es otra que la de Saint-Honoré. La sucesión de tiendas de renombre es interminable, Lanvin, Cavalli, Fratelli Rossetti, Prada, Hermès...e incluso la de unos diseñadores a los que, quizá "por un despiste", se les olvidó declarar hasta 1000 millones de nada al fisco italiano, como los amigos Dolce&Gabbana. Lo que más me llama la atención no son los modelazos expuestos, sino el derroche de imaginación de los escaparatistas a la hora de mostrar el producto, son la bomba.



En esta calle, incluso algún acceso de la metropolitana parisina rompe la norma marcada por el famoso diseño de Guimard. Así, en la Place Colette, me encuentro con el llamado "Quiosco de los Noctámbulos", nombre dado a esta singular estructura realizada para decorar esta boca. Como apunte te diré, que las bolas de colores son de cristal de Murano. ¡Nivelazo!



Mi paseo continúa, pero decido hacer un alto en el camino sentándome en La Taverne de l´Arbre sec a tomar un café. En la terraza de este local, que ha adoptado el nombre de la calle, se está muy agradable, a la sombrita y con una temperatura perfecta. Frente a mí se levanta un edificio singular con una pequeña fuente a sus pies. Mientras lo contemplo me doy cuenta que, un poco más arriba, se desarrolla una pequeña historia, las andanzas de un gato blanco a la caza y no captura de una paloma. Ella está tranquila, parece saber que el gato no se atreverá a salir de la ventana. Y acierta, se miran pero todo queda en eso.



Por casualidad, o no, durante el tiempo que estuve sentada en este lugar vi pasar a un grupo, bastante amplio, de "aprovechados del despiste". Pasaron a cien por hora, con dirección indeterminada, pero procedentes del Louvre. Me daba en la nariz que huían de los gendarmes, pero aun así, les dio tiempo a echar un ojo a las mesas por si de camino, a no se sabe dónde, podían arramplar con algún objeto no controlado por su propietario. 
Ya sabes, siempre hay que estar atento y más si eres un turista.

Sigo en la dirección marcada y por la Rue de Rivoli me topo con la la Tour Saint-Jacques que ocupa el centro de un pequeño jardín. En este mismo instante punto de encuentro de niños y no tan niños que disfrutan de su almuerzo, antes, punto de salida de los que se proponían hacer el camino de Santiago desde aquí. 



Unos cuantos pasos más y ya entro en el barrio de Le Marais. Te pongo un planito para que te resulte más fácil situarte.



A recibirme sale el majestuoso ayuntamiento de la ciudad, el Hôtel de Ville.



Estoy en el barrio judío y ahora también del colectivo LGBTQ que ha sabido renovarlo sin que perdiera su esencia. Lleno de galerías de arte, tiendas de moda, de decoración, de restaurantes, que me voy encontrando en preciosas callejuelas y patios. Y así, callejeando es como descubro Cru



¡Menudo sitio! en un patio interior formado por diversos edificios y entre árboles se encuentra este restaurante. Me llama tanto la atención, que me siento a su mesa sin dudarlo. Se respira una absoluta tranquilidad y para suerte mía, la chica que me atiende habla un castellano perfecto. Echo un vistazo a la carta y ¡madre mía! todo lo que está escrito en ella me atrae. La mayoría de los platos son en crudo, pero si no te gusta, te los pueden hacer cocinados: huevos escalfados sobre crujiente de espinacas, crema de burrata ahumada con chips de verduras, tempura de langostinos y raíz de loto, ceviche de mújol con 
berberechos al vinagre ahumado, sashimi de filete de buey y foie gras con tamarindos...y de los postres, ya ni te cuento.

Comer aquí es una gozada absoluta y además, nada perturba mi paz interior mientras soy arrastrada a un mundo de texturas, sabores y olores. Delante mío solo hay esto.



No he podido terminar mejor este corto pero intenso viaje. Solo espero que si tienes ocasión de venir a París, disfrutes tanto como yo.



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