Ravello: seducción en la Costa de Amalfi.


Desconectar del ruido, evadirse de los pequeños problemas que a todos nos asaltan, satisfacer deseos desde tiempo guardados en la maleta de los sueños... ¿Quién no ha sentido alguna vez la necesidad de, aunque sea por un periodo reducido de su tiempo, huir de aquello que le acosa y hacer realidad su mundo onírico?

Si estás pensando que ha llegado el momento de materializar estas necesidades, te animo a seguir leyendo este relato que te acercará, en palabras del escritor José Luis de Juan, hasta la antesala del infinito


En el Golfo de Salerno, encaramada sobre las estribaciones de los Montes Lattari, una pequeña población orgullosa de su belleza se asoma sin pudor sobre un Tirreno especular, con la coquetería propia de una adolescente. 

Ravello se sabe amada y, sabia y experta en lides amorosas, explota sus dotes seductoras consiguiendo cautivar con sus encantos todo aquel que hasta ella se acerca. He sido embrujada y ahora te cuento el porqué.

En el coche de alquiler discurro por una carretera encajada entre el mar y la montaña que en ocasiones quita el aliento. 


Voy en busca de mi casa, una hacienda agrícola escondida entre vides, olivos y limoneros que erguidos desafían el vértigo.

Y ahí está, acabo de verla, e inmediatamente una duda me asalta.


¿Cómo llego hasta ella? 

Parece bastante evidente que la idea de pretender acercarme hasta su puerta con el coche queda descartada, por tanto, solo quedan dos opciones: 

Una. Deslizarme por los bancales utilizando la maleta como si de un trineo se tratara. 

Dos. Bajar por las escaleras que tengo frente a mí.


Sopesadas ambas me decido por ésta última siendo, en momentos como éste, en los que desearía haber traído una muda y un cepillo de dientes como único equipaje. Pero desafortunadamente no ha sido así, e inicio el descenso sin él confiando en encontrar la ayuda de un porteador que me auxilie en esta empresa.

Después de hablar con Rosalba y Luigi, mis nuevos anfitriones, el problema queda resuelto. A los pocos minutos la maleta aparece en la habitación. 


Y a su lado estoy yo, asistiendo incrédula al espectáculo que me rodea. 


Verdes y magentas enfrentados a una gama de azules y grises de los que surgen, desdibujados, los perfiles cortantes de la Costa Cilentana


Y bajo ellos el mar. Observador inmóvil, brillante y silencioso.

Así son las vistas desde mi nuevo hogar, el B&B I LIMONI.

Todavía boquiabierta me pongo en marcha hacia el centro de Ravello encontrando a mi paso casas que aprovechan antiguas fortificaciones como pared medianera y habitantes peludos que dormitan tranquilos o esperan ansiosos una caricia que, por supuesto, reciben. 


La ruta que decido seguir discurre por la estrecha via San Cosma en cuyo inicio se alza el Santuario dei Santi Cosma e Damiano.

Agarrado al contrafuerte rocoso del Cimbrone, este lugar de peregrinación y gran devoción no encierra, desde un punto de vista artístico, nada digno de destacar. Lo interesante está fuera, en su terraza de acceso.

Continuo, por este camino solitario, para alcanzar uno de los rincones más afamados de este pequeño pueblo. Villa Cimbrone.

Aquí, sobre el vasto terreno que sirvió de abastecimiento de madera para uso naval a la vecina Amalfi durante la época en que formó parte de las cuatro Repúblicas Marítimas de Italia, que cobijó a familias nobiliarias y que, posteriormente, cayó en el abandono, es donde un lord inglés de nombre Ernest William Beckett decidió establecerse para superar la depresión en la que había caído por la muerte de su joven esposa, adquiriéndolo en 1904.



Tras la última guerra mundial la villa tornó a la decadencia, pero recuperó su esplendor hacia los años 60 cuando otro particular, en este caso la familia Vuilleumier, la compró y rehabilitó creando en ella un prestigioso Hotel de Charme

     
Junto a él, y formando parte de su estructura, me encuentro con este recoleto claustro donde no faltan detalles curiosos como los dos pequeños jabalíes -símbolos heráldicos de Lord Grimthorpe- que desde lo alto reciben al visitante o el altorrelieve donde siete personajes con caras grotescas nos recuerdan que, disfrutar de los placeres de la vida, pueden llevarnos a cometer un pecado capital. 

Y sí, seguro que alguno cometeré. ¿El de la gula quizás?    



Voy por el Viale dell´inmenso, ahora desprovisto de las majestuosas glicinas que lo cubren de malva en primavera, al encuentro de una paciente Ceres que espera mi llegada para invitarme a pasar al Terrazzo dell`Infinito.


No tengo palabras para poder describirte la sensación que me invade. Los primeros vientos del otoño han barrido a las hordas turísticas y disfruto de él en soledad.

Posiblemente, el paisaje más bonito del mundo.


Me cuesta alejarme, pero mi paseo debe continuar y con los ojos llenos de azul dejo atrás a mis acompañantes pétreos, equilibristas del vacío.


En mi camino paso junto al Monastero di Santa Chiara pero no me detengo. Me dejo llevar por el delicioso aroma que sale de las cocinas del restaurante Sigilgaida ( Via S. Francesco 1) y como la hora de comer ya ha llegado decido entrar. Una comida perfecta, a la altura de sus vistas. 

Es momento de siesta y aprovecho para perderme por calles y pequeños jardines secretos donde sus habitantes cabecean indiferentes a mi presencia.


Por las calles que desembocan en Piazza Vescovado, las tiendas de cerámica exponen sus objetos de colores vibrantes y dibujos hipnóticos reclamando la atención de los viandantes.

  
Al llegar a la plaza tomo asiento en el Caffe Calce y el murmullo va desplazando al silencio. Saliendo del Duomo un nutrido grupo de personas va ocupando las escaleras de acceso de forma ordenada, dispuestas a quedar inmortalizadas para la posteridad.


Durante el tiempo que disfruto de un café, son dos los enlaces que se llevan a cabo. Quién sabe si en breve la puerta de sus casas no lucirán así, anunciando la llegada de un nuevo inquilino.


En el Viale della Rimembranza salen a mi paso los absides de la Chiesa di San Giovanni del Toro.


Al llegar a su fachada me doy cuenta de que me encuentro en la milla de oro de la localidad. Tres hoteles de altos vuelos se dan cita en las inmediaciones: Belmond Hotel Caruso, Hotel Palumbo y Palazzo Avino.

Como la curiosidad me puede, accedo a este último.


Y ya dentro me encuentro con esto.


Bonito ¿verdad?

Si tu economía te lo permite, seguro que tu estancia en un enclave así será perfecta. En caso contrario no te preocupes, siempre podrás disfrutar de idénticas vistas desde el recoleto parque público aledaño. 


Pongo rumbo hacia mi casa y después de una ducha estoy preparada para probar los famosos cannelloni de Netta Bottone, alma máter de la trattoria Cumpa` Cosimo (Via Roma 44)

Aquí no hay lujos. Se trata de una casa de comidas sencilla y, aunque te cueste creerlo sin vistas, y es en ella donde nos damos cita buena parte de los viajeros que hoy pernoctaremos aquí. Su fama ha traspasado fronteras y lógicamente el comedor se ha convertido en una Torre de Babel en la que Netta se desenvuelve como pez en el agua.

Las predicciones meteorológicas han acertado. Comienza a llover y las calles se han quedado vacías. Es momento de descansar.


Después de una noche de tormenta el amanecer me regala esto.


Si algo así es lo primero que ves al levantarte, lo de madrugar se lleva de otra manera, ¿no crees?

Pero si a continuación tienes preparado un desayuno con café recién hecho, cornetti crujientes, un bol de yoghurt con cereales y fruta que sabe a eso, a fruta,


y una frittata o una crostata di mirtilli que Rosalba ha preparado para ti y todo ello lo disfrutas desde un rincón como éste entonces, el día, no puede empezar mejor.


Para hoy me reservé la visita a otra villa de renombre y hacia ella me dirijo. Se trata de Villa Rufolo y ahí está.


Al acercarme veo que acaba de ingresar un grupo de estudiantes y decido esperar a más tarde, confiando en poder verla sin tanto jolgorio. 

Conforme avanza la mañana, las nubes de tormenta vuelven a hacer acto de presencia y una niebla densa se va acercando con sigilo, envolviéndolo todo.


El otoño es así, cambiante e imprevisible regalando días en los que los elementos meteorológicos se alternan para mostrarte todo lo que saben hacer. Ahora niebla y después…lluvia.


Gracias a ella todo queda en calma y una vez se aleja llega el momento de disfrutar de Villa Rufolo en soledad.

Se trata de un lugar de ensueño, construido en el siglo XIII en estilo sículo-normando y remodelado según los gustos de sus distintos propietarios hasta llegar a lo que hoy veo.


Claustro morisco, torre de poder, baño turco, sala de los Caballeros,



y jardines ochocentistas, ideados por Neville Reid, que sirven de platea natural al palcoscenico suspendido en el vacío encargado de acoger a las figuras del RAVELLO FESTIVAL desde 1953.


Pero entre sus muros me encuentro también con otra sorpresa, el Centro Universitario Europeo per i Beni Culturali. ¿Se te ocurre un lugar mejor donde disfrutar de la música o estudiar? a mí no.



Terminada la visita creo que es momento de darme un homenaje y por casualidad descubro un sitio, La Bottega di Villa Maria.



Un lugar donde profesionalidad, simpatia, atención y buen hacer van indisolublemente unidos. Pero si a eso añadimos una decoración cuidada, una terraza de cuento y una tienda, entonces estoy en el lugar perfecto.

Con tristeza me despido de Ravello, sintiendo en el aire el lejano eco de los pasos de Gore Vidal, Cornells Escher, Richard Wagner, Edvard Grieg, Virginia Woolf, D. H. Lawrence, Graham Green, Rafael Alberti y tantos otros que, como yo, se enamoraron una vez de ella.









5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias a ti por tu comentario! Me alegra saber que te ha gustado. Un saludo

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  2. Lo visité hace 1 mes, por Semana Santa, y me encantó.Es tal como lo describes. Gracias por tu relato con sus preciosas fotos.

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    1. Elena, muchas gracias por tus palabras. Un lugar para volver ¿verdad?. Un saludo

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